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25 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Lo sabíais y preferisteis celebrar el 8M

Yolanda Díaz se ha limitado a reconocer lo que, más que un secreto a voces, era ya una verdad documentada pero silenciada por una justicia torpe, miedosa o necia

Actualizada 04:55

Lo que Yolanda Díaz no fue capaz de decir para proteger a los ciudadanos de la inminente bomba vírica que iba a caer sobre España lo ha hecho, casi dos años después, para destrozar un poco a Pedro Sánchez y un poco más a Irene Montero, principal responsable junto a Carmen Calvo de que se celebrara aquel trágico 8M de 2020.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo se ha limitado a reconocer lo que, más que un secreto a voces, era ya una verdad documentada, pero silenciada por una justicia torpe, miedosa o necia y, sobre todo, por una coraza mediática y política que protegió a Sánchez de su negligencia con la misma intensidad, pero en el sentido inverso, que desplegó para intentar cargarse a Rajoy por una víctima canina con el ébola.
Díaz ha dicho que ella lo advirtió, que editó una guía y que decidió no acudir a aquella manifestación en la que, más que defender a las mujeres, se dirimía cuál de los dos socios de Gobierno se quedaba con la causa feminista: como nadie quiso apartarse, nos estrellaron a todos.
La catadura moral de la nueva musa de la izquierda creativa es perfectamente descriptible: se temía lo peor y se puso a refugio, pero no fue capaz de comparecer en público para hacer un llamamiento a la ciudadanía de que no saliera con la pancarta. Ni para denunciar que, al contarlo en casa, la pusieron de histérica para arriba.
Pero no es ninguna novedad: al menos tres instituciones o entidades de primera línea advirtieron, desde finales de enero, de la dimensión del drama sanitario que se había puesto en marcha en China.
Cuando Fernando Simón quitaba hierro al virus y animaba a acudir al 8M, cumpliendo órdenes de Moncloa, en su cajón y en el de, al menos, el presidente Sánchez y el ministro Illa figuraban las alertas de la OMS y de la Unión Europea; además de un informe de la Organización Médica Colegial donde se precisaba que el virus. ya en ciernes. era del grado máximo en la escala de gravedad de los especialistas.
Y se lo callaron. Jugaron con fuego a sabiendas. Y nos quemamos. El estado de alarma impulsado por Sánchez, seis días después, no fue la contundente respuesta de un presidente precavido; sino la inevitable treta para frenar un contagio masivo previamente alimentado. Y la coartada para borrar lo que, en términos literarios, podríamos llamar la huella del crimen.
Por todo ello España sufrió la mayor mortalidad de la primera ola, falseada también por los mismos que ignoraron las señales de peligro. Y por todo ello, aún hoy, padecemos las peores consecuencias económicas de Europa.
Viendo las cifras acumuladas de otros países en tantos meses de pandemia, quizá hubiéramos llegado al mismo infierno sanitario. Pero eso no varía una evidencia: el Gobierno, a sabiendas del riesgo, priorizó el mitin feminista sobre la salud pública de la ciudadanía, cruzando los dedos a ver si había suerte. Mientras, entre ellos y en la Administración, sí se avisaban del peligro por sus canales internos.
Y después se dedicó a mentir con las consecuencias; a tapar los orígenes; a jugar con las estadísticas y a inventar conceptos y eufemismos que escondieran su responsabilidad directa en la magnitud del contagio: no fue el culpable el 8M, y desde luego no la igualdad feminista por mucho que la pisoteen sus hiperventiladas portavoces; sino la celebración de centenares de eventos de masas en toda España para no tener que suspender también el 8M.
La pregunta, pues, no es qué hizo mal el Gobierno, demostrable en cinco minutos con la documentación pública y publicada ya existente; sino por qué no pasa nada: ni hay auditoría interna, ni comisión de investigación; y las acciones judiciales en marcha tienen toda la pinta de fracasar.
Lo que no cambiará, lo paguen o no, es la verdad de los hechos: cuando empezó el fuego, el Gobierno nos hizo correr hacia las llamas. Y luego se puso el disfraz de bombero para disimular que, en realidad, era el principal pirómano.
Por defender que llegaran a casa «solas y borrachas», las mandasteis a la UCI intubadas y contagiadas.
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