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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Verbena de demagogia adolescente

La sesión de aprobación de la reforma laboral refleja el flojo nivel de nuestra actual clase política

Actualizada 09:14

No sé si la esforzada Yolanda Díaz habría hecho carrera en el Actors Studio, la gran escuela de interpretación neoyorquina de Elia Kazan, por la que pasaron figuras como Montgomery Clift, Al Pacino, Newman o hasta la propia Marilyn. Lo pongo en duda, porque Díaz resulta una intérprete demasiado forzada, poco natural. Este jueves defendió en la tribuna del Congreso su cacareada reforma laboral mediante hipérboles desatadas: «Estamos ante una reforma histórica en defensa de la democracia», proclamó histriónica, como si fuese el mismísimo Jefferson presentando la «Declaración de Independencia» de las colonias americanas. Qué manera de exagerar. Qué teatro barato y relamido. La sesión del Congreso resultó un festival de demagogia adolescente. Y de propina, con el árbitro (Meritxell Batet) aplicando el VAR de forma discutible, pues le sacó la tarjeta roja al voto errado del PP sin cumplir siquiera con el obligado requisito de consultar con la mesa de la Cámara.
En comparación a sus países vecinos, España sufre un endémico exceso de paro. Esa lacra perenne atiende a dos razones: la picaresca de la economía sumergida y una legislación laboral demasiado encorsetada, heredera de la regulación franquista. Podemos firmaría encantado el «Fuero del Trabajo» de Franco de 1938, muy proteccionista de los derechos de los trabajadores, «contrario al capitalismo liberal» y que se proponía «poner la riqueza al servicio del pueblo español». Una normativa tan envarada acaba casando mal con el dinamismo de las economías abiertas, por lo que al final provoca más paro. Si el Reino Unido presenta una tasa de desempleo del 4,1 % y la nuestra es del 14% no se debe a que los británicos sean más laboriosos que nosotros –que lo son menos–, o más inteligentes. Simplemente ellos cuentan con unas leyes laborales pensadas para hacerle la vida sencilla a las empresas, con el consiguiente reflejo positivo en el empleo.
En España ha habido varios tenues intentos de liberalizar el mercado laboral para crear más puestos de trabajo. El último y más ambicioso fue lo que conocemos como reforma de Fátima Báñez. Anémica de ideas, la izquierda española funciona a golpe de clichés, de eslóganes pintones. Uno de sus mantras permanentes era que en cuanto llegasen al poder derogarían en el minuto uno la pérfida «reforma laboral del PP», calificada por Yolanda de «muerte súbita» en el transcurso de su declamación lírica. Pero pasó un año, discurrió otro... y ahí seguía la reforma laboral del PP. Sánchez no se atrevía a retirarla, porque funcionaba. Al final, al no tener nada que vender a su público y apremiado por sus socios comunistas, decidió por fin liquidarla. Pero no pudo. Se lo impidió el primo de Zumosol que ostenta la manija de los fondos europeos: Bruselas. Así que después de toda la palabrería de Yolanda y Mi Persona, lo único que han hecho es un leve tuneado de la diabólica reforma laboral del PP, que en realidad no ha sido derogada en absoluto. Estamos ante un retoque menor festejado como si fuese la toma de la Bastilla.
Lo que hemos visto este jueves en el Congreso ha sido un festival adolescente, que retrata a una clase política que tal vez sea la más floja de la España democrática. El Gobierno socialcomunista celebrando la aprobación de su reforma laboral con unos abrazos tan jubilosos y desmedidos que aquello en vez del hemiciclo parecía Nadal festejando su gesta en la pista de Australia (cuando en realidad fue una victoria apuradísima del Gobierno, por solo un voto y merced a una cagada épica de un diputado torpón del PP, que se equivocó en su voto telemático). Por su parte, UPN cambió de criterio sobre la marcha, anunciando una cosa desde su jefatura central de Pamplona y votando otra distinta en Madrid. El PP, llorando por las esquinas tras el gambazo de su diputado, que refleja un inesperado amateurismo en un partido que pretende volver pronto al Gobierno. Y Meritxell Batet, como siempre, apurando la jugada para barrer para su partido de una manera que pervierte la alta magistratura que ocupa.
Había una vez un circo, que campaba en la sede de la soberanía nacional...
...Y fuera, en las calles de España, una población que empieza a sufrir la brutal subida de precios y una clase media acogotada por los impuestos confiscatorios del «regresismo» socialista. Pocas veces había estado la clase política tan lejos de las necesidades de los españoles.
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