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29 de marzo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Doña Dolores y el Rey

¿Quién nos devuelve a los españoles que crecimos bajo el reinado sanador de Don Juan Carlos nuestra verdadera patria emocional que no otra cosa es, al decir de Rilke, la infancia y la juventud?

Actualizada 04:30

No era mi padre, pero fue mi Rey. Como para millones de españoles de mi generación, Juan Carlos I era la materia con que estaban hechos nuestros sueños de ser una democracia europea. Entre Mortadelo y Filemón o la serie Dinastía, en la vida de los chicos de la EGB se colaba cada día un señor rubio, alto, al que saludaban gente muy, muy importante: Reagan, Gorbachov, Hussein, Pertini, Chirac, Kohl, Hirohito… En la portada del periódico que compraba mi padre, su cara borbónica aparecía cada dos por tres en sus incontables viajes por España.
Cuando el país que mis abuelos ayudaron a construir tras la guerra civil entró en un club exclusivo donde estaban los países más prósperos del planeta, allí estaba él firmando la buena nueva; cuando me sacaron del instituto el 23 de febrero de 1981 porque España sufrió un golpe de Estado, allí estaba él defendiendo la democracia; cuando en el País Vasco unos energúmenos interrumpieron su visita a Guernica, allí estaba él aguantando estoicamente el acoso de los proetarras; y cuando junto a la Reina convidaban en el Palacio Real a otros jefes de Estado, en sus salones, en sus tapices, en su galería de pinturas, o en la tiara de Doña Sofía, se espejaba la grandeza histórica de nuestro país.
Al correr de los años, la clase política de ruido y furia que surgió de la crisis financiera, exprimió la angustia de los españoles para magnificar las sombras de ese Rey, algunas reprochables pero infinitamente más pequeñas que las luces de su magna obra al frente de la transición democrática. Una vez hecha añicos esa historia de éxito que fue el reinado de aquel Rey de mi infancia, ahora ¿quién pega las piezas? ¿El presidente del Gobierno que no solo no lo defendió, sino que lo colocó en el paredón mediático? ¿Los medios que dedicaron páginas y páginas de periódico u horas y horas de televisión, difama que difama, que algo queda?
Viendo cómo en Italia han tenido que obligar al presidente de la República, Sergio Mattarella, a seguir en el palacio de El Quirinal por falta de acuerdo, me pregunto lo que pasaría en España si en lugar del papel integrador de la Monarquía, encarnado por el hijo de aquel Rey, tuviéramos una República presidida por Pedro Sánchez o Ione Belarra. Por eso, es más doloroso todo lo que ha ocurrido con el Rey Juan Carlos durante estos últimos años: expatriarlo fue una de las operaciones políticas más bochornosas de nuestra historia, amén de un acto impío hacia una persona de 83 años.
Usar el Falcon como si fuera una vespa nos produce un quebranto económico y utilizar el Parlamento como si fuera tu cortijo, tiene consecuencias institucionales muy graves. Pero ¿quién nos devuelve a los españoles que crecimos bajo el reinado sanador de Don Juan Carlos nuestra verdadera patria emocional que no otra cosa es, al decir de Rilke, la infancia y la juventud? ¿La Fiscalía de doña Dolores, que prolongó artificialmente la investigación y guarda desde el día 25 de enero el borrador del archivo de la causa, como ha contado Carlos Herrera? Juan Carlos I debe volver. Ayer ya era tarde.
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