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25 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Alarmantes fenómenos paranormales en Cataluña

La España real frente a la mixtificación separatista: la selección española y el buque Elcano han ido allí tras 18 años de ausencia y han arrasado

Actualizada 10:00

En Cataluña han sucedido en la última semana dos fenómenos paranormales. Son tan extraños que urge el rápido desplazamiento hasta allí de una unidad móvil de Iker Jiménez. Resulta que al pueblo oprimido por el crudelísimo yugo de Madrit, a la nación sin Estado que no ve la hora de que llegue su salvífica República, le ha entrado una súbita ventolera de españolismo desatado.
En nombre de prevenciones tontorronas, la selección español de fútbol llevaba 18 años sin jugar en Cataluña y el buque escuela de la Armada, el Juan Sebastián Elcano, otro tanto sin atracar en un puerto catalán. Ahora alguien con un dedo de frente ha revertido esas cautelas absurdas y surge la sorpresa. Se ha constatado cómo nos dejamos engañar por la propaganda incansable –e insufrible– del separatismo, que nos vende como mayoritario un sentimiento antiespañol que en realidad sigue siendo minoritario. Según la última encuesta del propio Gobierno separatista, el 53,3 % de los catalanes apoyan seguir en España (y en realidad serán bastantes más, pues ese estudio está hecho para servir a quién lo paga).
El pasado día 15 arribó el buque Elcano al puerto de Barcelona, y allá estuvo cinco días. ¿Qué pasó? ¿Desprecio? ¿Algaradas de protesta? Todo lo contrario. Las entradas se agotaron una semana antes de su llegaba y lo visitaron quince mil personas. La tripulación fue recibida además en el club de más solera de la ciudad, el Círculo Ecuestre, donde conmovieron a los socios cantando la «Salve Marinera». Este extraño milagro ya había sucedido en el País Vasco en el verano de 2019, con colas enormes en Guetaria para ver el buque. Y antes con el retorno en 2011 de la Vuelta Ciclista a España al País Vasco, de donde había estado ausente 33 años.
La selección española de fútbol llevaba 18 años sin pisar Cataluña, no fuésemos a molestar a los próceres separatistas con semejante engendro imperialista hollando su patria. Ahora por fin ha ido y el público ha abarrotado el estadio del Español para ver un insulso partido contra Albania. Por su puesto no se registró incidente alguno y de hecho se percibió un apoyo a la selección más entregado que en otras plazas españolas.
¿Qué quiere decir todo esto? Pues que la España oficial ha sucumbido a la propaganda nacionalista catalana y vasca y da casi por perdidas dos regiones donde en realidad el sentimiento español sigue siendo el imperante y donde el castellano es la lengua más hablada (de largo). Los sucesivos ejecutivos españoles han renunciado a afrontar la batalla cultural que se está dando en Cataluña. No se atreven a defender allí la cultura y lengua españolas y las bondades de la idea de España, que desde luego parece más solidaria y avanzada que pretender partir uno de los países más antiguos del mundo en nombre de no sé qué pruritos semi racistas. Nos ha cojeado muy especialmente la pierna zurda, pues el supuesto «progresismo» sufre una extraña fascinación por el nacionalismo más retrógrado y lo tiene como socio preferente. Pero también resultó lamentable la inacción de Rajoy en esa batalla cultural y sentimental, o la constante inhibición ante el problema de figuras de la cultura española, que no se mojan ni bajo una galerna (aunque luego alguno vaya de valiente con sus bravatas en Twitter por menudencias).
Si los grandes partidos españoles y el mundo de la cultura –dominado por la izquierda– trabajasen en serio a favor de la unidad de España, el problema se amortiguaría fácilmente. Y es que incluso así, sin mover un dedo y soportando una atosigante campaña del separatismo sostenida con fondos públicos, no hay quién logre acabar con la querencia por España en Cataluña y el País Vasco. Son demasiados siglos juntos. Y además, si nos podemos serios y abordamos el debate con rigor, es una perfecta gilipollez sostener que un paisano de Bilbao o Barcelona no tiene nada que ver con uno de Zaragoza o Valencia, y que ya no pueden seguir viendo juntos en el maravilloso país que han construido mano a mano durante siglos. En resumen: hay que meterles España hasta en la sopa.
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