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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Sorprendidos por el Rey

Si el Rey personifica con este gesto la ejemplaridad, obliga a los partidos y políticos «sorprendidos» a actuar de manera similar, siguiendo su ejemplo

Actualizada 03:14

Presidía el Gobierno don Francisco Silvela, el más inteligente, literario e irónico político de la Restauración, autor en colaboración con don Santiago Liniers del primer tratado sobre la cursilería, una obra actualísima y vigente, aguda y divertida, titulada La Filocalia. Entre los diputados de su partido, Silvela sentía predilección por don Benito Céspedes, al que apodaban 'el Redicho'. Se trataba de un gran dominador del lenguaje, un maestro en situar cada palabra en su sitio y usar de voces y conceptos un tanto anticuados. Don Benito era, además, un pícaro seductor. Un domingo por la mañana, su santa esposa se preparó para ir a Misa y, cumplido el precepto, comprar en Lhardy unos pasteles. Cuando oyó don Benito el golpe de la puerta al cerrarse, sin más dilación, apresuradamente, se dirigió al dormitorio de Hortensia, la joven fámula, con la que mantenía esporádicas experiencias de lecho compartido. La santa esposa se apercibió, camino de la parroquia, que se había dejado el monedero en casa, y retornó al hogar. Abrió y no encontró a su esposo, don Benito, que no se hallaba ni en el salón ni en su despacho ni en su habitación. Pero oyó lejanos alaridos provenientes de la zona del servicio. A medida que cubría sigilosamente la distancia establecida, el tono de los alaridos, gemidos y clamores aumentaba. Abrió la puerta del cuarto de Hortensia, y allí estaba la fámula, pecando contra el Sexto con su esposo, don Benito, el 'Redicho'.

–¡Benito, estoy sorprendida! –ululó la buena señora.

Don Benito, con gran dominio de sí mismo y elegante parsimonia, se volvió hacia su mujer y le corrigió el léxico.

–No, Maribel. Yerras en el lenguaje. A lo sumo, te sentirás asombrada, porque los sorprendidos hemos sido nosotros.

Algo parecido habrán experimentado muchos políticos de la España actual con la decisión del Rey de hacer público su patrimonio personal. Asombrados o sorprendidos. La fortuna del Rey de España no alcanza los 2.600.000 euros. Su decisión personal y la transparencia y claridad de los datos publicados obedecen a un impulso de regeneración nacional. Si el Rey personifica con este gesto la ejemplaridad, obliga a los partidos y políticos «sorprendidos» a actuar de manera similar, siguiendo su ejemplo. Es decir, obliga a Zapatero a publicar sus bienes, sus cuentas corrientes y su empresa de minería de oro, aunque ésta se ubique en Venezuela. Obliga a Pablo Iglesias e Irene Montero a hacer público su patrimonio, y a la banda de los Pujol, y a los familiares de Sánchez y de Ximo Puig, a los esposos de la señora y del ministro Marlaska, y a los gastos suntuosos y horteras del presidente del Gobierno y su esposa que, al fin, está moralmente obligada a hacer público el sueldo que percibe del marqués de la Romana y el Instituto de Empresa por no hacer absolutamente nada. Y los gastos del Falcon y el Superpuma. Y los 20.000 millones – la mitad de los que ha pagado Musk por Twitter– que ha concedido a la ministra de los asuntos sexuales y las niñeras para guarraditas. Ya no se podrán excusar esgrimiendo que la falta de información responde a secretos de Estado, cuando el Rey, que es el Jefe del Estado, ha considerado que el patrimonio personal y los gastos que conlleva la responsabilidad pública deben ser reconocidos y publicados por todos, empezando por él.

Tengo para mí que la mayoría de los políticos, entre los que incluyo a Monedero, y de los informadores asalariados del Gobierno tienen un patrimonio mucho más rico y deseable que el Rey de España, después de siglos de reinado. Dos Reyes despreciados –merecidamente–, por la Historia, Fernando VII e Isabel II, cedieron al pueblo español todo el patrimonio Real. En ese patrimonio, la colección Real de Pintura, o lo que es lo mismo, el Museo del Prado. Y los Reales Sitios con sus Palacios. Gesto que otras monarquías no tuvieron con sus ciudadanos. Pero esto será considerado como una anécdota sin importancia.

No se espera, se exige, después del gesto del Rey, que los españoles sepamos del paradero de miles de millones de euros que han volado de nuestras arcas públicas.

Con el pie cambiado y sorprendidos.

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