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02 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Que digan que Franco perdió la guerra

El general Sanjurjo recibió la Laureada de San Fernando, así como su título de marqués del Rif, por sus actuaciones en la guerra de África, una década antes de la Guerra Civil de España. Pero esos detalles no les van a estropear sus atracos a mano armada a quienes quieren reescribir la historia

Actualizada 01:30

Están entretenidísimos reescribiendo la historia de España. Ahora, la última idea genial es la de retirar la Laureada de San Fernando a Francisco Franco. Por este camino, medalla a medalla, pueden seguir dando titulares durante meses si le quitan un reconocimiento cada semana. Y así sus telediarios no hablarán de otra cosa. Por cierto, no olviden de denunciar las dos medallas de oro y brillantes que le otorgó el FC Barcelona en la agonía del franquismo. De esas se sienta menos cátedra.
En el recochineo que representa la retirada de medallas, que hemos visto cómo provocan lágrimas en la vicepresidenta segunda del Gobierno, se ha entrado ahora en la Laureada, que en la práctica es a día de hoy una condecoración extinta. Extinta, porque no hay nadie que la ostente hoy. Todos los que la ganaron en el pasado están muertos. Y como para ganarla es necesario un acto de heroísmo en guerra y este Gobierno –y otros, no haya lugar a equívoco– ya no participan en ninguna guerra, solo en «misiones de paz», las normas para que te otorguen una laureada son casi imposibles de cumplir hoy.
Así que las filtraciones de Defensa indican que se le va a retirar la Laureada a Franco, Sanjurjo, Mola y Queipo de Llano. Una vez más, a moro muerto, gran lanzada. Hay un pequeño problema con el listado. El general Sanjurjo recibió la Laureada de San Fernando, así como su título de marqués del Rif, por sus actuaciones en la guerra de África, una década antes de la Guerra Civil de España. Pero esos detalles no les van a estropear sus atracos a quienes quieren reescribir la historia.
Uno de los «méritos» que está acumulando este Gobierno socialcomunista en su afán de contar una mentira que debe reemplazar la verdad por decreto es el de conseguir que los que nunca fuimos franquistas nos estemos convirtiendo en defensores de una verdad que ahora por ley se convierte en exaltación del franquismo. Tiene delito. O no, pero debería tenerlo.
En mis ascendientes directos, en las familias, Pérez, Maura, García y Botín la línea común fue la del juanismo. Mi padre y su hermano menor nacieron en Estoril a finales de julio de 1936 y en 1938 por la simple razón de que mi abuelo no combatió y se llevó a su familia allí a temporadas. Evidentemente, mucho antes de que Don Juan estuviera allí. Pero mi bisabuelo Gabriel Maura ayudó financieramente al alzamiento del 18 julio porque creía que el objetivo era la restauración. Y en 1938 fue de los primeros que se apartó porque comprendió que ese no iba a ser el resultado de la guerra. Desde luego no lo fue en décadas. Pero a Gabriel Maura sus escritos de disidencia frente al régimen le valieron varias citas ante el Tribunal de Orden Público. En mi familia vivimos el franquismo como una dictadura y se buscaba el retorno del Rey en el exilio. Y después el apoyo al que Franco llamó Príncipe de España. Porque como gusta repetir mi amigo Darío Valcárcel, «una restauración se hace, no como se debe, sino como se puede». Y a mí me pasa como a Alfonso Ussía: los que fuimos miembros de familias juanistas sin fisuras nos vemos hoy en la obligación de reclamar la memoria de los enemigos de Don Juan. Es decir, de reclamar la Verdad.
A estas alturas creo que hay que animar al Gobierno a que acabe con esta pesadez y directamente hagan la enésima ley de educación socialista en cuyo currículo de historia se incluya un capítulo dedicado a contar que Franco y todos los españoles que le seguían, perdieron la guerra. A estas alturas ¿qué más da?
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