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19 de marzo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Prohibido llamar padre a tu padre

La neolengua castrante supera todos los ridículos, pero impone sin piedad un universo paralelo adaptado a un monocultivo ideológico perverso

Actualizada 18:55

Los padres somos ahora «personas especiales», como las madres «entes gestantes» y Roma Gallardo una piba a ratos, según las implacables teorías de un Gobierno trastornado, tan sensible con las ficciones y las minorías exiguas como cruel con las mayorías naturales.
La reiterada intención de redefinir los términos es siempre la antesala de modificar las realidades para, mediante un borrado paulatino de la identidad, conformar un patrón nuevo adaptado a un canon ideológico inevitablemente castrante para todos, a excepción del selecto gallinero que hace negocio con él.
La persecución a la Semana Santa o a las Cabalgatas de Reyes, con la que se estrenaron allá por 2015 los autodenominados «ayuntamientos del cambio» hoy felizmente en vías de extinción, fue el torpe ensayo fracasado de un proyecto mayor que, ahora sí, se legisla sin piedad y se publica en el BOE para hacerlo vinculante.
El ataque a las familias, de las que se ha intentado regular hasta 37 modalidades para denigrar la principal; la transformación de las familias numerosas en Sociedades Anónimas «con necesidades especiales de crianza»; la usurpación del papel de los padres en la educación de sus hijos perpetrada por la LOMLOE; la aprobación legal del «sexo sentido» como tercera vía endiosada frente a la irrebatible biología o la estomagante redefinición de la gramática para acoplarla a un corsé inclusivo tan estúpido como poco inocente son, entre tantas, otras pruebas irrebatibles de ese proceso de imposición de un universo nuevo ajeno al más elemental sentido común, a la llamada de la naturaleza, a la costumbre y a la espontánea elección personal, que ya era tolerante con las demás sin necesidad de regulaciones majaderas.
Que de repente palabras como madre, padre, patria, menor de edad, familia, heterosexual, creyente o género se señalen de algún modo como agresiones para un tercero, a menudo invisible cuando no inexistente; debería provocar algo más que el cachondeo inevitable ante el delirio, pues todo ello acaba conformando un espacio legislativo y público vinculante que no desaparece, sino todo lo contrario, por el fragor de las carcajadas.
Porque el neomarxismo imperante, que actualiza las teorías de Laclau o Mouffe sobre cómo reeducar a toda una sociedad desde la implantación de una nueva hegemonía cultural, necesita del borrado previo de todos los anclajes tradicionales para implantar, en nombre de un supuesto «pueblo» al que luego desprecia, un monocultivo ideológico alineado con un poder invasivo y alienado por él.
Cuando este Gobierno, con el impulso de Podemos pero sin el freno del PSOE, impulsa equiparar a una familia convencional con dos amigos convivientes; regula el cambio de sexo en menores de edad sin tutela de nadie; convierte la maternidad en un proceso impuesto o deshumanizado o transforma la condición humana en una elección arbitraria está haciendo algo más que atender los supuestos anhelos de unas minorías suficientemente protegidas ya de antemano: está atacando a las mayorías, con sevicia y sin respiro, contando con su silencio pasivo por el temor a una represalia sin piedad.
Que nadie se queje mañana si hoy acepta, sin alzar un poco la voz, que su madre es «una persona gestante», como una especie de Thermomix mecánica y borrosa, o su padre un «ser especial», como un extraño murciélago de orejas grandes y ojos cerrados. Ya no dejan ni celebrar el Día del Padre sin intentar que el padre se sienta un estorbo y una antigualla. Y la madre una probeta.
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