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25 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

España chavista

Sánchez es peor que Pablo Iglesias: ahora se entromete en la propiedad privada, como en los peores regímenes populistas

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez ya es Pablo Iglesias en alto, con mejores trajes, aunque en este punto hay discusión: una percha razonable no garantiza el correcto uso de todas las prendas, y la apuesta por el pantalón de pitillo es cuando menos dudosa, salvo que en el alma del presidente habite un portero de bolera buena.
Quizá ese atuendo y esos andares, como de extra en un anuncio de perfume, expliquen mejor que cualquier sesudo análisis político o psicológico la deriva del personaje, que ha dedicado más tiempo a cuidarse que a cuidar a los demás, salvo en su círculo íntimo, para el que ha sido una ETT espléndida.
El caso es que, tras maltratar a Ferrovial y provocar su estampida, como ya hiciera el mítico Puigdemont en Cataluña con miles de empresas, ahora va a emprenderla con los propietarios de viviendas, esos malhechores que han acumulado el patrimonio que han podido con el sudor de su frente.
Tiene cierta gracia que usuarios de viviendas gratuitas con todo pagado, como Marichiqui Montero, la Niña de la Renta, se permitan pontificar sobre la propiedad ajena y regular cómo, cuándo y por cuánto pueden y deben sacarla al mercado de alquiler. Pero tiene más gracia aún que el Gobierno se crea que puede lograr que los sintecho tengan techo, los alquileres se reduzcan y los pajaritos canten con el simple gesto de aprobar una ley.
No existe ni una democracia en el mundo donde no se respete la propiedad privada, que es uno de los mejores baremos para medir la calidad de un Estado de Derecho: allá donde se pisotea, se señala, se regula y pone sus zarpas el poder político, simplemente no hay democracia.
Es liberticida, pero también inútil: los necesitados seguirán con las mismas necesidades y los propietarios restringirán la oferta o buscarán atajos, pero el Gobierno aumentará el control político de todo, que es el verdadero objetivo de la ley en cuestión, el «sí es sí» de la vivienda: con el engendro original de Montero han logrado auxiliar a violadores y pederastas, que ahora le rezan a Santa Irene; y con esta novedad pactada con Otegi y Junqueras, vicepresidentes de facto, conseguirán un efecto similar y los precios subirán al reducirse la oferta.
En Venezuela toparon hace mucho los precios de los alimentos y subieron como nadie el Salario Mínimo Interprofesional, que son medidas similares a la de Sánchez aquí con la vivienda, con un resultado estrepitoso: no hay productos en los supermercados y tampoco puestos de trabajo.
Porque regularlo todo sin entender que, antes de meterle mano, ha de existir, provoca esos espeluznantes efectos: usted ponga las condiciones que quiera, siempre leoninas, pero nada podrá obligar a un tipo a sacar su vivienda al mercado para que le arruinen o se la ocupen; a plantar o fabricar un producto a pérdidas o a crear un puesto de trabajo sin lograr la legítima rentabilidad que justifica el esfuerzo.
Esto no lo entiende el Gobierno, porque vive en casas gratis, genera empleos ficticios con dinero ajeno y solo sabe fabricar pobres, con la expectativa de que se conviertan en sus clientes electorales. Y si lo entiende todo, no le importa.
Y eso es el chavismo: sembrar la miseria para generar dependientes; culpar al capital o a la propiedad de la pobreza que provoca y entrometerse hasta en el último rincón de la vida pública, de la intimidad personal y de las instituciones, señalando a enemigos imaginarios para implantar un monocultivo ideológico cruel con la disidencia.
Sánchez es, al fin, peor que Pablo Iglesias, que se creía las chorradas masculladas durante años de facultad, una jaula para pijos sectarios que se sienten, al salir a la vida real y encontrarse gente de verdad, más perdidos que un cerdo vietnamita en un concierto con Barenboim.
Porque Sánchez no cree en nada, y por eso siempre está dispuesto a todo. Lo siguiente que le queda son los ahorros del respetable, esa masa fascista que ha tenido la desfachatez de guardarse unos euros en el banco por si acaso.
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