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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Yolanda se la clava a los Iglesias-Montero

Con su sonrisa siempre bien enchufada, ha traicionado a los nacionalistas gallegos, a Izquierda Unida y finalmente, a Podemos

Actualizada 10:52

De William Shakespeare se dice que supo recoger en sus tragedias y comedias todos los tipos y humores humanos. En sus obras abundan malos con colmillo de curare, desde el cruel Ricardo III a la arpía Lady Macbeth, pero probablemente el epítome del súper villano shakesperiano sea el maquiavélico y traicionero Yago, malo como un dolor.

Se trata de un viejo compañero de armas de Otelo, el general moro al servicio de Venecia que protege Chipre frente a la amenaza del turco. Han peleado juntos como camaradas en un sinfín de batallas. Yago cuenta con la confianza y admiración plena de Otelo, un personaje sano, de buen natural. Pero el alférez no es lo que parece. En realidad, odia a Otelo y para acabar con él urde una diabólica trama. Siembra en el alma de su superior la duda sobre si su esposa, la joven, acaudalada y bella Desdémona, lo está traicionando con Casio, su lugarteniente. Esa semilla acaba devorando a Otelo, que al final de la obra ahorca a Desdémona y se suicida.

Cinco siglos después de Shakespeare nos hemos civilizado un poco. Las cuitas políticas ya no se zanjan con una sangría a sablazo limpio. Pero aún así, a veces aparecen en nuestro panorama algunos personajes que parecen salidos del catálogo del viejo Will (aunque elevarlos a tal nivel sea mucho decir). En la moqueta pública de la España actual nadie encarna mejor el espíritu de Yago que la siempre jovial, suave y hasta melindrosa Yolanda Díaz, que a sus 52 años se la ha metido doblada a toda la extrema izquierda. En los lindes del chaletazo serrano de Galapagar deben escucharse a estas horas doloridos gritos de «¡Judas, Judas!», exclamados por los compungidos y perplejos propietarios de la dacha. Yolanda se ha cepillado a Irene María. Pablo Manuel confiesa que ante lo sucedido «me cuesta contener las lágrimas». Pasión de gavilanes en el populismo comunistoide.

A la hora de trepar, Yolanda no ha conocido más límite que el de su propio interés. En Galicia, cuando todavía era morena y gastaba pañuelo palestino, le metió un facazo épico al excéntrico patriarca nacionalista Beiras, con cuya ayuda había logrado entrar el fin al Parlamento Gallego después de «esnafrarse» dos veces como lideresa de Izquierda Unida. Tras crucificar a Beiras, Yolanda se metió en las Mareas nacionalistas y de su mano aterrizó en el Congreso, aliada con Podemos. Ya en Madrid, entra en la fase dos: reinventa su estética con la Pasarela Díaz, refuerza la cursilería, imparte explicaciones súper didácticas tipo los teletubbies y pronto se convierte en «la política española más valorada» según el siempre fiable CIS de Tezanos.

La nueva Yolanda se trabaja a fondo la amistad del núcleo duro de Podemos (los Iglesias-Montero y Belarra). ¡Qué entrañable complicidad! Están tan unidos, Yoli los quiere tanto, que en 2020 incluso se da de baja en su partido de siempre, Izquierda Unida.

Pablo Manuel, que no es tan listo como él se cree, se traga como un pipiolo los enredos de la Yago de Fene. En marzo de 2021, cuando en un ataque final de pereza deja la Vicepresidencia del Gobierno, Iglesias designa como sucesora a Yolanda Díaz. Por supuesto Yoli acepta encantada el dedazo heteropatriarcal del líder podemita.

Pero la Yago de Fene no se conforma. Falta todavía el clímax de sus traiciones. Se inventa Sumar, una plataforma gaseosa, que fagocita a Podemos con la ayuda de la Moncloa, y a las puertas de las elecciones acaba asestando el golpe definitivo a quienes la hicieron grande, Pablo Manuel e Irene María.

En esta hora triste y sombría en Galapagar, cuando se acaba ya lo de chupar del bote, imagino que en las amplias estancias de la dacha se repetirá una y otra vez la misma pregunta: «Pablo, ¿pero cómo pudimos ser tan gilis?».

Yolanda. Uff, como para comprarle un coche usado… Acabará liderando los restos del naufragio del PSOE, y si no, al tiempo.

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