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06 de mayo de 2024

El observadorFlorentino Portero

Vulnerabilidad

España entra en un período de grave vulnerabilidad, con un gobierno tratando de hacer equilibrios parlamentarios, con una sociedad rota y enfrentada y sin perspectiva de poder fijar una estrategia de acción exterior con respaldo suficiente para ser creíble

Actualizada 01:30

La dimensión internacional de un estado es la expresión de su política nacional. Si una sociedad está cohesionada, tiene una identidad clara, sabe lo que quiere… será reconocida como un actor, con mayor o menor relieve. Si, por el contrario, está dividida sobre valores, principios y objetivos no sólo verá mermado su peso en el concierto de las naciones, a lo peor puede convertirse en objetivo de vecinos, aliados y, por supuesto, de rivales y enemigos.
Los españoles fuimos convocados a votar y el resultado es un Congreso de los Diputados fragmentado hasta el punto de poner en cuestión la propia gobernabilidad del país. Durante la segunda legislatura de Aznar asistimos a un cambio sistémico dentro del socialismo nacional, que finalmente se expresó en la elección de Rodríguez Zapatero como secretario general. Ante el riesgo de que se consolidara una mayoría natural en torno al Partido Popular los socialistas optaron por tratar de formar coaliciones con formaciones nacionalistas, con todo lo que ello implicaba. Al tiempo, fueron asumiendo tesis y políticas identitarias en aquellas comunidades autónomas donde fuerzas nacionalistas tenían un peso real. El giro implicaba reinterpretar la Constitución de 1978, como fase previa a su reforma. Desde su perspectiva, España se encaminaba hacia un modelo confederal.
El Partido Popular planteó las pasadas elecciones como un referéndum sobre «el sanchismo». No creo que exista tal cosa, como algo distinto del socialismo patrio, pero ese es otro tema. Lo fundamental es que el voto iba más allá del análisis de una gestión, se trataba de aceptar o no la legitimidad de una mayoría compuesta por nacionalistas y terroristas. El resultado está a la vista: nos hemos dividido en partes casi iguales entre la que la rechazan y los que consideran como amenaza aún mayor la participada por VOX.
A la espera de que se confirmen los resultados, la mayoría más probable sería la encabezada por los socialistas, pero teniendo que hacer concesiones a los nacionalistas, cuestionando el orden constitucional. El segundo escenario sería volver a las urnas. En ambos casos España entra en un período de grave vulnerabilidad, con un Gobierno tratando de hacer equilibrios parlamentarios, con una sociedad rota y enfrentada y sin perspectiva de poder fijar una estrategia de acción exterior con respaldo suficiente para ser creíble. La debilidad se huele. Todo aquél que quiere algo a costa nuestra aprovechará el momento, pues el Gobierno tenderá a ceder, o no tendrá otra opción, para mantenerse en el poder.
Si Sánchez cedió ante Marruecos en la cuestión del Sáhara, porque el Gobierno de Rabat organizó un salto a la valla de Ceuta consciente de su debilidad parlamentaria, qué no hará ahora si el presidente es capaz de forjar un renovado Frankenstein, aún más frágil que la versión anterior.
La Unión Europa, como la Alianza Atlántica, son espacios diplomáticos donde las partes defienden sus intereses nacionales. Aunque muchos españoles no parecen querer darse por enterados de que casi todo lo importante para nuestra vida en comunidad se decide en estos foros, la realidad es que nuestros diplomáticos, técnicos comerciales y militares trabajan cotidianamente haciendo valer nuestros intereses frente a los de nuestros propios aliados. Que nadie se engañe pensando que lo que ocurre en nuestro Congreso de los Diputados no afecta al día a día de nuestra presencia en estas organizaciones. Un Gobierno frágil en términos parlamentarios es un Gobierno débil en el plano diplomático.
El riesgo de que Sánchez vuelva a ceder posiciones en la esfera internacional, en desesperada búsqueda de tranquilidad, es tan alto como el que algún estado considere que éste es el momento apropiado para exigir lo que en condiciones normales sería rechazado de plano por España. En cualquier caso, con Frankenstein o sin él, la sociedad española se ha vuelto a dividir en dos. Pagaremos una alta factura por ello en el plano internacional. Con el tiempo tendremos una idea más precisa de la cuantía exacta.
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