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03 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Cherchez Iceta

Miquel, que ha vivido del presupuesto público toda su vida y es un palmero incansable del sanchismo, nos tiene dicho que España está formada por ocho naciones, nueve si se incluye Navarra

Actualizada 01:30

Sabíamos que Miquel Iceta estaba llamado a destinos muy altos: excelsos; aunque solo fuera para compensar su corta preparación. Le debemos una obra todavía inconclusa pero que ya está en camino de materializarse: la balcanización de España. Por ello, el bueno de Miquel tiene todos los méritos sanchistas para ejercer como nadie el nuevo empleo que le regala su jefe, el de embajador español en la Unesco, donde por la mañana no se hace nada y por la tarde se pasa a limpio. Se lo puede contar su antecesor, el también exministro de Cultura José Manuel Rodríguez Uribes, otro canterano de ese Departamento devenido en banquillo para vegetar a costa del presupuesto español a la orilla del Sena. El absentismo de ciertos embajadores españoles en la Unesco es legendaria y muy conocida entre nuestros funcionarios.
La propia Unesco es en sí un organismo bastante discutido dedicado a la educación, la ciencia y la cultura en el mundo y a promover la paz, ese mandato ridículo tras el que se esconden tantos negocios espurios, una institución convertida en un spa para los desechos de tienta monclovitas, en el que ha recalado históricamente lo mejor de cada casa. ¿Quién no recuerda al ínclito Mayor Zaragoza dirigiendo los destinos de la Unesco el tiempo que le dejaba libre su tontolaba inclinación por firmar todos los manifiestos antisistema del planeta, incluidas cartas a favor de los presos de ETA? Cuántas tardes de bochorno nos hizo pasar ese amigo de Putin y de la escoria global, trayectoria que debería haberle catapultado a ejercer de verificador entre Sánchez y Puchi. Se ve que el actual director de la Fundación Cultura de Paz –sí, continúa dando la brasa con lo mismo–, ha perdido facultades.
Bueno, pues al pie de la Torre Eiffel mandamos a nuestro Iceta, después de haber conseguido una plusmarca mundial: ocupar el Ministerio de Cultura y Deportes tras dejar la carrera de Ciencias Químicas en primero y haber sido expulsado de Económicas (cinco años sin pasar de primero y después de agotar todas las convocatorias). Demostró su imbatible currículum intelectual cuando fue incapaz de contestar a la pregunta de un malvado periodista, siendo titular de Cultura, sobre el nombre de los escritores españoles galardonados con el Nobel. Sin olvidar su bagaje deportivo, sintetizado en los caderazos con los que nos obsequió al ritmo de Queen en un mitin. Para que luego digan que los ministros no llegan con formación especializada a recoger sus carteras.
Miquel, que ha vivido del presupuesto público toda su vida y es un palmero incansable del sanchismo, nos tiene dicho que España está formada por ocho naciones, nueve si se incluye Navarra, y dice que las ha contado. Con los dedos de las manos: sabiendo que suspendió todas las asignaturas, desde aritmética hasta Derecho constitucional, con qué quedarse. Desde luego, a descuadernar España se ha afanado con denuedo en los últimos años. Ideólogo de las dos grandes luminarias socialistas, apellidadas Zapatero y Sánchez, para el blanqueamiento de los nacionalistas catalanes, ha conseguido sin mucho esfuerzo convertir a España en residual en Cataluña y, martillo en mano, hizo encajar un Estatuto inconstitucional para demoler la unidad de España. Desde el PSC, una franquicia indepe con apariencia de partido constitucionalista, saltó primero a un fugaz Ministerio de Administración Territorial y finalmente a Cultura y Deportes, donde se coronó con la crisis de Luis Rubiales. Ahora, su corolario está en la patria de Balzac.
Visto lo visto, este talludito y bailongo barcelonés, agradece que sus amigos separatistas vetasen su nombramiento como presidente del Senado en venganza por su ya redimido apoyo al 155. Con el castañazo que se dieron los socialistas en el Senado, hubiera perdido la plaza el 23 de julio y, tal vez Sánchez lo hubiera dado ya por amortizado, sin procurarle una segunda «vida padre» en la capital de la luz. Ahora, Baudelaire y la muy jacobina República francesa esperan al confederalista Iceta, cuya asesoría seguro que agradece el centralista Macron. Iceta, interpretativamente la última letra del abecedario español, pasa a ser la primera en nuestra devoción: au revoir Iceta.

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