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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El ecologismo, muy bien, pero es pijo y caro

Jamás se ha escuchado a un solo miembro del Gobierno regresista informando a los españoles del coste que tienen las políticas verdes para sus bolsillos

Actualizada 18:32

A diferencia de los anglosajones, a los españoles nos aburren los números y la letra pequeña. Los votantes solo se acuerdan en serio de la economía si el agua les llega a las cejas. Esa alegre –o irresponsable– manera de ser propicia que vender el credo climático resulte sencillo en España, pues casi nadie se molesta en ojear los datos y el Gobierno se cuida de ocultarlos en nombre de su muletilla ideológica verde.
Aclaración previa. Como a todo quisque –o eso imagino–, a mí también me encantan los ríos claros y los mares limpios. La contaminación me parece lo que es, un asco que mina la salud, y deseo que se controlen todo lo posible las basuras y las emisiones de malos humos.
Pero una cosa es apoyar que se cuide la naturaleza lo mejor posible y otra hacer el pánfilo, que es en lo que estamos los europeos en el asunto del llamado «cambio climático». El repaso de los datos básicos resulta flipante. China, que pasa de todo y continúa abriendo centrales de carbón a tutiplén, es el mayor contaminador del planeta, con 10.600 millones de toneladas de CO2 emitidas anualmente. Le siguen Estados Unidos, con 4.700 millones; India, con 2.400 y Rusia, con 1.500. Es decir, China, responsable ella sola del 30 % de las emisiones mundiales y que se troncha de las cumbres del clima, mancha más que los tres países que le siguen. Por su parte, Rusia e India tampoco dan paso alguno en serio.
¿Dónde ha calado la preocupación medioambiental hasta convertirse en un consenso casi obligatorio (o sin casi)? ¿Será acaso en los países más contaminadores? Para nada. Ha sido en Europa Occidental. ¿Y cuántas toneladas anuales de CO2 emite el país más contaminante de la UE, que es Alemania? Pues 644 millones. Vaya, vaya: ¡16 veces menos que China! En cuanto a España, que según el sanchismo está y debe estar «en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático», su cifra es irrisoria, no va a cambiar nada: solo 209 millones.
¿Y qué hacemos los europeos ante esos números? Pues el Quijote. Nos hemos puesto al frente de una gran cruzada verde para arreglar un problema en el que distamos de ser los culpables. El precio de tanto entusiasmo es que se castigan los bolsillos de la población con unas políticas muy caras y burocráticas, que lastran la economía mientras nuestros competidores se ponen las botas compitiendo sin tal corsé (ahí tienen a los chinos, que se van a zampar enseguida el mercado europeo del coche eléctrico, que ellos fabrican manchando sin problemas y sin los derechos laborales de Occidente).
Jamás he escuchado a un solo miembro del Gobierno regresista informando a los españoles del enorme coste que tienen para ellos las políticas verdes (empezando por la cabezonería de cerrar las nucleares existentes y prohibir que se construyan más). Se da la paradoja de que los que sufren con esas medidas son los desfavorecidos. A Amancio, Roig y Ana Patricia les da igual si las ciudades imponen cercos a los coche de combustión, o si las autoridades presionan para liquidar los vehículos de gasolina y diésel para ir forzando la compra de eléctricos, que son bastante más caros. Pero a las personas de economías ajustadas, o al autónomo que trabaja con una furgoneta añosa y ganancias muy peladas, esas nuevas trabas les pueden amargar la vida.
El tomate y la verdura ecológica están muy bien. Y el huevo de las gallinas liberadas y desestresadas, y la ternera boutique que solo come delicatessens, también… pero cuestan un ojo de la cara. Las personas corrientes no se pueden permitir esos artículos «ecológicos». Ni tampoco que los estrujen con nuevos impuestos verdes, o que les hagan sentirse unos apestados por el delito de tener un coche viejo cuando no pueden comprarse otro.
Estamos hablando por lo tanto de unas políticas caras y pijas, fomentadas por unos hipócritas que van defensores de «la gente» cuando la están dañando con la quimera de pretender arreglar el llamado «cambio climático» desde un país de 48 millones de almas, irrelevante a esos efectos. Esa es la verdad impronunciable.
Y ahora, a esperar a que Teresa Ribera me empapele por sacrílego. Y lo digo de coña, pero no lo duden: si siguen en el poder llegará el día en que multarán toda expresión que cuestione el dogma climático (mientras despenalizarán las injurias al cristianismo, la bandera, el himno y el jefe del Estado).
A la izquierda le importan mucho sus conceptos generales, pero nada los efectos que tienen sobre las personas de carne y hueso. Vive en el pensamiento mágico.
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