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Un mundo felizJaume Vives

Benditos nigerianos

Uno solo puede encontrarse con Dios cuando se abandona y descubre su mano providente. Y esos cristianos han tenido que abandonarlo absolutamente todo aunque sea a la fuerza

Actualizada 01:30

Lo que está ocurriendo estos días en Nigeria nos recuerda lo de siempre: el demonio desatado y furioso contra los hijos de Dios, persiguiendo y masacrando cuerpos.

Y a la par que se recrudece esta persecución contra los cuerpos, aumenta el séquito de almas que suben en procesión al cielo mientras suenan las trompetas de victoria: ¡son los mártires!

A los cristianos perseguidos que he conocido (y son muchos) no hay que explicarles la Biblia (cosa que a nosotros nos vendría muy bien). La viven todos los días en carne propia. Ellos saben que no solo de pan vive el hombre, que de nada les sirve conservar la vida si pierden su alma.

Nadie tiene que explicarles que son los preferidos del Señor: «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa». Lo saben, no porque aparezca en las Bienaventuranzas, lo saben porque lo viven todos los días.

Arrastran la cruz como pueden, y no faltan lamentos y lágrimas, pero la alegría y la paz que reinan en lo más profundo de su corazón se deben a que se sienten bendecidos. Su relación con Dios es tan íntima, real y concreta como la que nosotros podamos tener con el mejor de nuestros amigos. Y esto es algo que uno solo puede entender viviéndolo (o entenderlo medianamente viéndolo de cerca en esos cristianos).

Y así es como observamos la paradoja de que cuanto mayor es el riesgo para la vida de esos cristianos, más radicalmente viven su fe. Razones para cabrearse con Dios no les faltan, pero basta sentarse a comer con cualquiera de ellos para descubrir que nuestra fe no llega ni a granito de mostaza.

Paradoja que tiene fácil explicación: uno solo puede encontrarse con Dios cuando se abandona y descubre su mano providente. Y esos cristianos han tenido que abandonarlo absolutamente todo aunque sea a la fuerza.

Y entonces me viene a la cabeza la idea de lo que sucedería si al católico medio occidental con nuestra poca fe nos tocara ir a vivir a Nigeria. Y me imagino convenciendo a otros cristianos para que renegaran de Jesucristo y así salvaran su vida. Me veo destruyendo imágenes religiosas para que nadie sospechara del compromiso anticristiano de mi comunidad. Me temo que pisotearía la Biblia tanto como fuera necesario con tal de que no me faltara una hogaza de pan ni a mí ni a los míos. Incluso con tal de que no me faltara una cama más cómoda.

Pero gracias a Dios yo con mi poca fe estoy en España y ellos con su mucho amor, en Nigeria (y tantos otros países). Y así se pueden seguir cumpliendo las palabras de Tertuliano: «Sangre de mártires semilla de nuevos cristianos».

Mientras la lógica moderna de la Iglesia occidental, considerando esta vida un absoluto y la eterna un añadido no entre en sus iglesias, seguirá habiendo hombres de fe subiendo en procesión incesante a los cielos mientras una legión de santos recibirá con vítores a los nuevos mártires que con su vida (y su muerte) dan gloria a Dios.

Y su testimonio seguirá espoleándonos a quienes, puesto que nuestra vida no corre peligro físico, podemos vivir sin abandonarnos, cómodamente, congraciados con nuestros perseguidores en un espejismo de que la fe así es posible. Pero por dentro tenemos el alma gris, más oscura que la piel de esos benditos nigerianos.

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