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09 de mayo de 2024

VertebralMariona Gumpert

Censurando a Putin

Sufrimos una atmósfera de censura (externa o autoimpuesta) en una serie de temas que no se pueden tocar sin que te caiga un «racista», «xenófobo», «machista» o «facha» encima

Actualizada 01:30

De pequeña odiaba que no me dieran explicaciones, sobre todo cuando el «porque sí» sobrevenía demasiado pronto. Por esto mismo, he intentado siempre responder a todas las preguntas que me hacen mis hijos. Llega un momento en que no puedes ir más allá, así que cuando eran más pequeños les decía «¿Por qué? Por teléfono». Por evitar el «porque sí» y también para distraerlos con el desconcierto. Ahora que son algo mayores sigo resolviendo dudas. Cuando llegamos al callejón sin salida, suele haber dos opciones. La primera, reconocer que no sé más y ofrecerme a buscar con ellos una respuesta. La segunda, explicar que no debo ir más allá porque no es información que deba poseer un niño.
En ocasiones viene bien también la autocensura en adultos. Cuando uno empieza a notar una serie de síntomas inconexos de salud lo último que debe hacer es consultar en Internet, a no ser que quiera pasar días sin dormir pensando que tiene cáncer terminal de próstata y de útero simultáneos. Existen muchos ámbitos de la vida en los que, por más que uno pase una semana leyendo y documentándose, jamás podrá reemplazar a un profesional.
Ahora bien, ¿qué ocurre con los temas que nos afectan a todos? ¿Sobre los que deberíamos tener alguna información? En pandemia, tan sólo por preguntar sobre los efectos de las vacunas o si los confinamientos eran la mejor solución te convertían en hereje. Sufrimos una atmósfera de censura (externa o autoimpuesta) en una serie de temas que no se pueden tocar sin que te caiga un «racista», «xenófobo», «machista» o «facha» encima. Resulta curioso observar cómo desgasta la izquierda la palabra «democracia» y lo rápido que olvidan que a ésta le es necesaria la expresión e intercambio de ideas muchas veces antagónicas. A nadie se le escapa que estamos inmersos en una etapa de moralismo que, además de profundamente errado, resulta asfixiante.
El par censura y moralismo en el periodismo está llegando a unos extremos que resultarían risibles si no fuera por todo lo que implican. Hemos visto en televisión comentar que en la huelga de tractores se veían muchas calvas y barbas y poca mujer. Llegará un día en que serás una mujer oprimida si no has trabajado alguna vez en una mina. Este moralismo en el ámbito de la información todavía nos mueve a risa, pero resulta profundamente preocupante en lo que se refiere a reportajes de investigación, entrevistas y todo aquello que tenga que ver con ofrecer puntos de vista distintos sobre determinados problemas. Se teme que la gente cambie de opinión o se radicalice si tiene al alcance de su mano esta información. Adoptan la actitud que tengo yo con mis hijos cuando les decía «¿Por qué? Por teléfono» que en este caso sería «¿Por qué? Por feminismo/ecologismo/antifascismo».
El último escándalo ha sido la entrevista de Tucker Carlson a Vladimir Putin. No la he visto, pero quiero hacerlo, al igual que me gustaría poder ver una así de Jack el Destripador o de Stalin. Me parece lo normal en una persona que tiene curiosidad y ánimo por formarse un juicio propio. Quienes están en contra enarbolan las banderas de «¡no se le da la oportunidad de explicarse al enemigo!» o «¡mucha gente se volverá putinista!». Respecto de lo de volverse cerril militante de la ideología de turno me pregunto si tienen razón, conozco demasiado bien la naturaleza humana. Ahora bien, si tenemos en cuenta que los líderes occidentales que se llevan las manos a la cabeza con la famosa entrevista son los mismos que nos acorralan ideológicamente de forma constante sólo me queda desear que corran las patrañas mezcladas junto con las verdades y que sea lo que Dios quiera (y a mí que me pille confesada).
PD: Quisiera pedir oraciones por David Pérez, uno de los guardias civiles asesinados en Barbate el viernes, también por su viuda y sus dos niños. Era amigo de la familia, un hombre bueno, honrado, siempre alegre y servicial, enamoradísimo de su mujer y de sus hijos. Debería hacernos reflexionar quiénes caen y quienes ascienden en esta sociedad cada vez más desnortada, esta España que está olvidando progresivamente las fronteras más obvias entre el bien y el mal.
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