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09 de mayo de 2024

VertebralMariona Gumpert

Manifestación, ¿para qué?

Los votantes «progresistas» nos tienen un miedo cerval. ¡La extrema derecha! Como si hubiéramos quemado las calles de Barcelona hace cinco años, como si tuviéramos terroristas laureados en nuestras filas

Actualizada 01:30

Hoy andamos de manifestación. ¿Cuántas llevamos ya? ¿Para qué han servido exactamente? Reconozcámoslo, en ese terreno el centro y la derecha pierden por goleada. Quizá porque creemos en el Estado de derecho, en el orden y la paz social y evitamos el conflicto. A pesar de esto, los votantes «progresistas» o nacionalistas nos tienen un miedo cerval. ¡La extrema derecha! Como si hubiéramos quemado las calles de Barcelona hace cinco años, como si tuviéramos terroristas laureados en nuestras filas.
Como decía el otro día, mucho votante de la no-izquierda tiene un síndrome de Estocolmo que no lo curaría Freud, Paulo Coelho o Santa Teresa de Calcuta. Quizá algo podrían hacer Juana de Arco o María Pita, pero justo ahí radica el problema: hacemos mil aspavientos ante las tropocientas iniquidades del Gobierno, pero en el fondo tenemos un corazoncito derechil que implora ser perdonado. No son fabulaciones mías, miren lo que escribía ayer un colega liberal en el periódico más antiguo de España:
«Los que nos hemos posicionado claramente en contra de la extrema derecha lo hacíamos por esto, por la posibilidad de que pudieran hacer la mitad de lo que el PSOE ha hecho ya. Es el PSOE y no la derecha populista quien supone hoy un peligro real y no hipotético para la democracia»
Ya me disculpará el compañero, traer a colación la cita no es porque tenga algo personal contra él; él simplemente ha condensado en un par de frases el esquema mental de muchos opinólogos de centroderecha, más preocupados estos años por defenestrar a Vox que por anticipar y denunciar la magnitud del maremoto que tenían delante. Ahora sí lo ven. Quienes lo denunciamos desde años antes somos radicales, por lo visto. En fin, nunca es tarde si la dicha es buena. Me alegra que caigan del guindo y sepan en quiénes centrar toda su artillería. Ahora sólo queda que consigan hacérselo ver a los políticos del PP, aunque sea por una cuestión estratégica. Los populares siguen con la cantinela de «vótame, porque no soy el otro» (sustitúyase «otro» por «PSOE» o «Vox»).
Espabilen. La gente sabe que, de momento, el PP va a necesitar al partido verde para gobernar, por lo que lo máximo que obtendrán de los socialdemócratas descontentos será la abstención. ¿Qué hacer con los votantes de Vox? En primer lugar, no tratarlos como bobos, como si fueran propiedad de Feijóo. Cuando éste invita a Abascal a no presentarse en determinadas plazas no puedo dejar de imaginarme a una madre helicóptero llamando a otra: «Mira, dile a tu hijo que cancele su fiesta de cumpleaños; no quiero que mi hijo asista». Un poco de dignidad y seriedad, por favor.
Por otro lado, ¿a qué tanto pavor ante Vox? Gracias a ellos (y a C’s) el PP obtuvo los gobiernos de la Comunidad de Madrid y de la Junta de Andalucía, y ahora los populares gobiernan en solitario en ellas. ¿Quién les dice que no va a ocurrir lo mismo en el resto de las comunidades autónomas donde gobiernan con los verdes ahora? ¿No se plantean que el mismo esquema «primero coalición, después gobierno en solitario» podría funcionar con el gobierno de la nación?
En todo caso, y al margen de estrategias políticas, ¿no son capaces de preguntarse qué mueve a un votante de Vox a seguir fiel a su papeleta, a hacer caso omiso de la matraca del voto útil? Señores del PP, los votantes que perdieron no les pertenecen. Tampoco son propiedad de Vox. Elijan quiénes quieren ser, qué propuestas ofrecer; espabilen, porque Sánchez se los está comiendo vivos. Si consiguen todo esto podrán aspirar a pedir la abstención a socialistas desencantados y el voto a voxeros a los que les parezca realmente útil volver a elegirlos. Podrán, en suma, resultar convincentes y resolutivos. Olviden aquello de pedir que sus electores se conformen eternamente con un mal menor disfrazado de una moderación que, en el fondo, es sólo carencia de ideas.
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