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02 de mayo de 2024

LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Ni con un palo

Si una dama me cae realmente mal, no me atraerá por bella que la considere el mundo; no la veré bella, la veré indeseable en todos los sentidos

Actualizada 01:30

Estoy enganchado a las secciones más woke del diario woke por excelencia, Lo País. No es perversión, no es masoquismo, como el de los separatistas que me leen para sufrir. Simplemente me he comprometido de grado con la guerra cultural –la única que puede evitar la guerra sin adjetivar– y necesito mantenerme familiarizado con las tonterías de la izquierda contemporánea, que habría escandalizado a la generación de izquierdas de sus padres y habría merecido una patada en el trasero de la generación de izquierdas de sus abuelos. La actual izquierda española considera a Alfonso Guerra un facha; es difícil imaginar cómo calificarían al socialista tipo de la primera época del PSOE, la de los tipógrafos, partidarios de una rígida disciplina educativa, de la lectura diaria, del alejamiento del alcohol… y enemigos de cualquier frivolidad.
En el titular de la sección más woke del diario más woke me he encontrado con que llaman «misterio» a esta aparente contradicción: alguien te cae mal y sin embargo te atrae físicamente. Hay que detenerse en esto porque el tema es muy serio. A ver, ¿qué entendemos por caer mal? Es que a mí Ana de Armas no me puede caer mal. No la conozco, no sé si es una persona encantadora o una borde del siete, pero ya te digo yo que no me cae mal. Estoy casi seguro. El casi es la posibilidad de que esa actriz –a la que uso como ejemplo por su belleza arrebatadora, adornada con grandes cualidades interpretativas– fuera una woke extrema, de las que te habla todo el rato de empoderamiento, que fuera antisemita, proabortista, que se ciscara en España y que tuviera varios gatos. Solo algo de tal gravedad haría que Ana de Armas me cayera mal.
Y aquí viene el misterio de verdad: la aparente contradicción la tienen las lectoras de El País, o sus redactoras, o todas y todos. Yo no. Si una dama me cae realmente mal, no me atraerá por bella que la considere el mundo; no la veré bella, la veré indeseable en todos los sentidos. Pero caerme tan mal no es fácil. Tengo ejemplos que no nombraré por caballerosidad (para Lo País quizá sea machismo): hay dos españolas a las que todos los españoles de los veintisiete géneros consideran deseables. Yo no las tocaría ni con un palo. No me atrae nada en ellas, y soy heterosexual. Quizá demasiado heterosexual; en ciertas etapas de mi vida joven ni siquiera veía a los hombres en las reuniones, en las clases, en las fiestas. Era como si no estuvieran, solo veía y oía a las mujeres, bellas o no.
La sección que me tiene enganchado trató ayer sobre cómo se debe comportar una feminista en las citas. No se me ocurre tema de mayor enjundia, pero esta columna se acaba. Mientras Lo País juega a estas cosillas, su propietario encarga editoriales recomendando grandes inversiones en armamento. Estoy de acuerdo con la necesidad, solo que él es socio de Indra.
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