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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Lapsus linguae

Monseñor Sebastián erró, por distracción, en su veredicto: –Usted, Ussía, es implacable con los obispos de la ETA–; –menos implacable que Su Ilustrísima, que acaba de confundir a los obispos vascos con los obispos de la ETA–, le respondí

Actualizada 01:30

El 11 de diciembre de 1987, la ETA protagonizó una de sus mayores atrocidades. El atentado contra la Casa-Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. Cuatro de sus autores materiales están en libertad y el quinto, Henri Parot, saldrá a la calle en 2029. El estratega fue 'Pakito', y el que ordenó la salvajada 'Josu Ternera', que llegó a ser portavoz de los Derechos Humanos en el Parlamento Vasco. Huyó a Francia, y se solicitó su entrega, y ahí sigue. Creo que al Gobierno de España no le interesa en exceso que el terrorista sea entregado a la Justicia española. Se enfadarían los de Bildu, los de Podemos, los del PNV y los de Sumar. Demasiados enfados juntos. El resultado de aquella masacre fue devastador. Once muertos, entre ellos cinco niñas, hijas de guardias civiles, y más de ochenta heridos.

Unos días más tarde, Luis del Olmo nos reunió, como todos los miércoles, en su espacio «El Debate del Estado de la Nación», que era la estrella de «Protagonistas», cuando la COPE se ubicaba en la calle de Juan Bravo. Nadie tenía ganas de participar, pero lo hicimos. Habíamos acordado que, en los últimos minutos de aquel programa triste, cada uno de los participantes recitara un epigrama navideño, un villancico.

El obispo de San Sebastián, una vez más, había resbalado hacia la equidistancia. Se le preguntó su opinión sobre el atentado, y respondió «que no le parecía respetuoso opinar de asuntos ajenos a su diócesis». Y mi villancico no resultó de su gusto.

En el Portal de Belén
Nadie toca la zambomba,
Porque un hijo de Setién
Ha colocado una bomba.

Y me expulsaron de la COPE. El gran disgusto de Luis del Olmo se agigantó cuando Antonio Mingote, Luis Sánchez Polack «Tip», y Antonio Ozores le comunicaron que ellos también se consideraban expulsados. Sólo Coll y Chumy Chúmez optaron por seguir, pero a Luis Del Olmo los que menos le interesaban eran, precisamente, Coll y Chumy.

Aquella noche, mi mujer y yo estábamos invitados a cenar en casa de Don Juan para celebrar la cercana Navidad. A las 7 de la tarde –19 horas–, me llamó Luis Del Olmo. –Alfonso. Nos reciben monseñor Suquía y monseñor Sebastián en la Conferencia Episcopal a las 20.30. Esto lo tenemos que arreglar–. Le respondí a Luis que le acompañaría siempre que no se me exigiera disculpa alguna, porque no tenía nada de qué disculparme. Y llamé al ayudante de Don Juan para informarle que me retrasaría de la hora convocada. El Rey Juan Carlos supo de mi reunión, me llamó y animó. –Esta noche te veo. Yo también voy a añadir un párrafo a mi discurso de Navidad–.

La sede de la Conferencia Episcopal, sinceramente, es fea. Luis me esperaba en la puerta y nos llevaron a un salón muy de curas, decorado por alguna monja especializada en telas. Sillones de imitación de cuero, en los que resbalan los traspuntines más de lo común. Y hablamos del suceso. Monseñor Fernando Sebastián era el secretario de la Conferencia Episcopal, un hombre de Dios que terminaría siendo arzobispo de Pamplona. Permaneció de pie durante la charla. Y monseñor Suquía, arzobispo de Madrid, lo mismo. Buen montañero y notable consumidor de manzanas, según nos confesó. Monseñor Sebastián erró, por distracción, en su veredicto: –Usted, Ussía, es implacable con los obispos de la ETA–; –menos implacable que Su Ilustrísima, que acaba de confundir a los obispos vascos con los obispos de la ETA–, le respondí. Lapsus linguae, Fernando–, sentenció monseñor Suquía.

El programa se salvó. Entre otros motivos porque era el espacio de «Protagonistas» que más publicidad arrastraba. Y llegué a casa de Don Juan, 'Villa Giralda' en la calle de Guisando, donde tuve que repetir en varias ocasiones mi experiencia. Y lo del lapsus linguae. A la semana siguiente, Antonio Mingote, «Tip», Ozores y el que escribe se presentaron en la COPE como si nada hubiera pasado. Y Coll y Chumy estuvieron algo más flojos que de costumbre.

En casa de Don Juan, el Rey Juan Carlos me mostró el párrafo a añadir a su discurso de Navidad. La palabra del Rey se dirige a todos los españoles. Con anterioridad a 1987, jamás el Rey insinuó nada que pudiera afectar a la Iglesia. Más bien, al revés, sabedor de la importancia que la Iglesia y la fe cristiana y católica tienen en el alma y las creencias de millones de españoles. Pero su añadido, dicho por el Rey, no permitía interpretaciones ni exégesis debatibles. Era claro y diáfano: «La paz, esa paz que en estas fiestas resuena con ecos ilusionados, es un tesoro que facilita los mayores logros de nuestra sociedad. Y la cobarde agresión en la convivencia que es el terrorismo, ha de unirnos más todavía en la defensa de esa paz tan deseada. No debemos mostrar ni debilidad, ni temor, ni duda, para rechazar con decisión a quienes hacen correr la sangre de los españoles víctimas de sus atentados criminales, y también a quienes los amparan, disculpan o justifican, cualesquiera que sean sus posiciones políticas, sociales o religiosas… Sólo pueden estrecharse las manos que no están ensangrentadas por el crimen y la indignidad».

A buen entendedor…

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