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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Una gran servidora

Pío Cabanillas, su gran amigo, supo definirlo: «A Manolo le cabe todo el Estado en la cabeza, pero ni una letra más». No se le escapó una peseta —eran pesetas— del dinero público a su bolsillo

Actualizada 01:30

Fraga Iribarne era brusco, inteligente, honesto y en ocasiones, antipático. Socarrón y largo. Su tiempo era tan precioso que hablaba mientras comía y comía mientras hablaba. Pío Cabanillas, su gran amigo, supo definirlo: «A Manolo le cabe todo el Estado en la cabeza, pero ni una letra más». No se le escapó una peseta —eran pesetas— del dinero público a su bolsillo. Sus ahorros como catedrático, ministro y embajador los invirtió en su casa de Perbes, que se la incendiaron. No tenía sensibilidad social. Se equivocaba en sus confianzas. No conocía bien y elegía mal a las personas que le rodeaban. Jorge Verstrynge, ¡Dios nos asista! Cuando, por cumplir un acuerdo con el PDP de Óscar Alzaga, Fraga recomendó el «No» en el Refrendo del ingreso de España en la OTAN, nadie entendió su postura. Ahí tuve mi primer encontronazo con él. —¿Cómo es posible que el líder conservador de España no apoye nuestro ingreso en la OTAN, don Manuel?—. Porque soy un hombre de palabra—. No se supo rodear, excepto en su jefa de prensa, siempre pendiente, siempre atenta, siempre dispuesta a pulir las aristas de sus palabras, de su manera de hablar, de sus enfados y salidas de tono. Una ejemplar servidora.

Aquello de la OTAN le descolocó. No solo en España, sino en el mundo occidental. Para explicarme su incomprensible postura antiatlantista, me invitó a comer en un privado del Real Nuevo Club, en la calle de Cedaceros. Organizó el encuentro la estupenda y eficaz jefa de prensa de don Manuel, que estuvo presente durante la comida, a la que también asistió un senador de Alianza Popular. El inteligente, honrado y roquídeo don Manuel se metió entre pecho y espalda un cocido madrileño. El cocido del Real Nuevo Club está considerado —y bien considerado—, como el mejor de Madrid. Durante su ingestión, don Manuel no paró de hablar, intentando explicar los motivos de su chocante decisión. De cuando en cuando, su jefa de prensa, matizaba, suavizaba y aclaraba los mensajes confusos de don Manuel, más pendiente de los ingredientes del cocido que de las opiniones de un joven columnista de ABC que no le aportaba nada de nada. —Don Manuel, igual que existe una internacional socialista, hay una internacional liberal-conservadora que, probablemente, se habrá mosqueado con usted. Que el PSOE apoye nuestro ingreso en la OTAN y Alianza Popular recomiende lo contrario, desorienta a cualquiera—. —Tiene usted algo de razón, pero no toda. Nuestra estrategia será provechosa para España. Si queda algún pedazo de morcilla, me lo comería sin dudarlo—. Y la jefa de prensa, encantadora, se dirigió al maitre. —Creo que a don Manuel le gustaría repetir morcilla—.

Don Manuel tenía, aunque muchos no lo advirtieron, un sentido del humor influido en las brumas británicas. Fue embajador de España, y un buen embajador de España en el Reino Unido, un digno habitante del palacete de la plaza de Belgravia. Muchos desconocen que el creador del diario El País fue Fraga, que tuvo pensados a dos directores. Carlos Mendo y Darío Valcárcel. Pero apareció por Londres Juan Luis Cebrián, y le hizo una gran entrevista, un masaje impreso, y sus planes se desmoronaron. Jesús de Polanco, listísimo, y mucho más de derechas que Fraga, se hizo con las riendas del nuevo periódico. Se lo explicaba así a Iñigo de Oriol una noche en Comillas. —Íñigo, a mí me repatea El País. Pero la izquierda es hoy el negocio—.

Fraga, bien comido, endulzaba su temperamento, y era un conversador —además de conservador—, delicioso. De cuando en cuando, su jefa de prensa le animaba a relatar anécdotas, y con aquella memoria de elefante, don Manuel podía ocupar horas y horas contando curiosidades de su riquísima existencia. El final de aquella comida en el Nuevo Club fue desconcertante. Yo me decía a mí mismo «no sé lo que me ha querido decir» mientras él se callaba su conclusión: "No entiendo por qué he perdido tanto tiempo con este lechuguino—.

Cuando la eficaz y leal jefa de prensa de Alianza Popular lo estimó necesario, le recordó a don Manuel una cita en el Congreso y el almuerzo de la OTAN terminó. El senador, que no había abierto la boca, excepto para comer, dejó oír su voz. —Muy interesante todo—. Me despedí cordialmente de Fraga, y me dio un beso su eficaz servidora, la gran jefa de prensa.

Fue quizá, la última vez que estuve con Rosa Villacastín.

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