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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Pilato y la misión del intelectual

El olvido de la verdad conduce al imperio de la ideología y, por lo tanto, de la política

Actualizada 01:30

Es uno de los episodios más dramáticos y conmovedores de los Evangelios. Lo relata san Juan en el capítulo 18. Jesús es conducido ante Poncio Pilato, gobernador romano de Judea, para que lo condene a muerte. El diálogo es memorable. Jesús declara que es el rey de los judíos, pero que su reino no es de este mundo. «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Y Pilato pregunta ¿qué es la verdad? Y, sin esperar respuesta, se dirige a los acusadores y les dice que no encuentra ningún delito en él. Poco después lo entregaba para que lo crucificaran. El dramatismo aumenta si se considera que Pilato tenía a la verdad delante de sí.

En su breve pregunta se condensa la actitud de la mayoría de los intelectuales actuales. Muchos ni siquiera se hacen la pregunta. Quizá piensen que es una necedad preguntar por lo que no existe. Y si la verdad no existe, la falsedad y la mentira, tampoco. Por eso la misión del intelectual está prácticamente desactivada en nuestro tiempo. Figuras de la humanidad, como el filósofo griego o el profeta de Israel, apenas son ya posibles. Y cuando, por ventura, existen, no se les hace caso. A la gente no le gusta ser reprendida. Pero el verdadero intelectual, aunque sea en el desierto, no puede dejar de clamar.

El olvido de la verdad conduce al imperio de la ideología y, por lo tanto, de la política. De ahí nace el recelo que tantos sabios han sentido hacia la democracia, especialmente cuando invade ámbitos de la vida social más allá de la política. El bien, que tampoco existe, es sustituido por el interés. Apenas se habla de bien común y mucho de interés general (bien es verdad que para ocultar que, en realidad, se trata de un interés particular).

C. S. Lewis describió, con ingenio y lucidez, esta situación del intelectual de nuestro tiempo en sus Cartas del diablo a su sobrino. En la carta número XXVII, se ocupa de lo que llama el «punto de vista histórico». El diablo le aconseja a su sobrino que, en el clima intelectual dominante, no debe preocuparse por los sabios que estudian los viejos libros. Se interesan solo por precisar lo que el autor ha dicho, quién o quiénes le han influido, cuál ha sido su repercusión, con qué frecuencia ha sido malinterpretado, especialmente por sus colegas y cuál es el «estado actual de la cuestión». Lo que jamás hará el intelectual es preguntarse si lo que ha dicho el autor es verdadero o no. No considerará al escritor antiguo como una posible fuente de conocimiento y sabiduría. No hay que preocuparse de los eruditos. Son inocuos. Hoy podríamos añadir a la lista de preocupaciones de los intelectuales, especialmente si son universitarios, la relación de los autores citados y la editorial o revista en los que ha publicado el trabajo. La idea de la Universidad como comunidad de maestros y estudiantes en busca de la verdad parece una anticuada ingenuidad. Con Pilato preguntan ¿qué es la verdad? Negada la verdad, queda desactivada la función de la autoridad espiritual y, con ella, el proceso de la auténtica educación que solo puede ser la obra de minorías ejemplares. Hoy la educación se sustituye la mayoría de las veces por la instrucción del rebaño. Lo que importa es que no salga del redil y obedezca al mal pastor. Los más grandes problemas de nuestro tiempo no se resuelven mediante cambios políticos (a veces, como ahora, necesarios y urgentes), sino a través de la educación, es decir, de la formación intelectual y moral. En definitiva, mediante la respuesta a la pregunta de Pilato y el reconocimiento de la verdad que tenía ante él.

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