La España real: la de Armengol empinando el codo
Circunstancias como estas me invitan a pensar que España no tiene remedio y que la tolerancia con la corrupción está estrechamente ligada con la latitud, como las horas de sol y la querencia por la fiesta
Hace unos diez años, la autoproclamada «nueva política» se propuso elevar los estándares de ejemplaridad en nuestra vida pública. Se hablaba de listas abiertas, de democracia interna, pero también de cómo responder ante un presunto caso de corrupción. En aquellos años 2014-2015 se decía que el umbral de la dimisión lo marcaba el hecho de estar imputado. Sánchez estaba en esas tesis. Sin embargo, andado el tiempo, aquello se quedó en un tratado de intenciones, pues se suceden las imputaciones —Ábalos, García Ortiz, David Sánchez— y aquí no se va nadie...
Toda esta podredumbre, toda esta presunta corrupción, es ante todo el resultado de la aluminosis moral que nos rodea. Es una consecuencia (y no una causa) de nuestro deterioro como sociedad. Una persona educada en no coger lo que no es suyo jamás colocaría al ligue de un ministro en una empresa pública para que cobre sin hacer nada. Y quien dice un ligue dice un hermano, dice una esposa...
Hace solo unos años, en el Reino Unido dimitió un primer ministro por organizar fiestas durante la pandemia. Eran los 'viernes de vino', juergas en Downing Street que, en cuestión de meses, se llevaron por delante a la segunda autoridad del país. En España ocurrió algo parecido, pero con distinto final. En octubre de 2020 se supo que Francina Armengol, entonces presidenta de Baleares, estuvo de madrugada en un bar de Palma mientras buena parte de sus gobernados cumplían con el cerrojazo pandémico. Francina Armengol (Armangol, como decían los tertulianos afectos al bilingüismo cordial) fue sorprendida empinando el codo pero nunca dimitió. Es más, años después la ascendieron a presidenta del Congreso (tercera autoridad del Estado), confirmando que las malas prácticas, la corrupción moral, puntúan fuerte en el PSOE actual. Se limitó a pedir perdón, unas disculpas que leídas con los ojos de hoy producen vergüenza ajena: «Entiendo perfectamente que haya muchas personas en estas islas en estos momentos desconcertadas por la situación generada en torno a mi persona en los últimos días», dijo entonces.
Circunstancias como estas me invitan a pensar que España no tiene remedio, que la España real es la que empinaría el codo junto a Francina Armengol si tuviese la oportunidad, y que la tolerancia con la corrupción está estrechamente ligada con la latitud, como las horas de sol y la querencia por la fiesta. Es muy probable que se produzcan condenas en los próximos meses, y que alguien pague por todos estos mamoneos: Tragsatec, Ineco, la cátedra de la mujer, el cortijo del hermano... Pero también es probable que, íntimamente, algún españolito piense que él también lo haría. Y que si un ministro enchufó a una amiga de pago, por qué no hacerlo él, pues solo se vive una vez.