Fondos públicos, mentiras privadas
Tenemos una plaga de enchufismo institucionalizado que clama al cielo: fundaciones fantasma, asesores de asesores, transferencias opacas a redes clientelares. Para muestra, Sánchez Castejón. David, no Pedro
Ser un animal racional tiene, como todo, ventajas e inconvenientes. La principal incomodidad es que un día llega tu hija de 8 años y te pregunta, ansiosa y nihilista: «¿Por qué tiene que existir Dios? ¿Por qué tienen que existir las personas?». Imaginen ser persona en este contexto, una Heidegger en miniatura en plena angustia existencial. Imaginen también ser su madre y no saber por dónde tirar. ¿Le hablo de Kierkegaard y de Ratzinger o nos vamos a tomar chocolate con churros?
Las ventajas de tener un cerebro desarrollado no sé si compensan, pero pueden resultar divertidas, como encontrar un parecido curioso entre Trump y Sánchez más allá de ser presidentes de sus respectivos países. «¡El populismo!», gritarán algunos. No, no caigamos en lo más elemental. Ambos son una ametralladora mediática, una máquina de generar titulares. Trump aterriza en la Casa Blanca y, sin quitarse el abrigo, firma órdenes ejecutivas a diestro y siniestro. Sánchez engancha mentiras e ignominias como si tejiera una manta infinita de ganchillo.
Uno de los decretos de Trump ha sido la creación del Departamento de Optimización y Gestión Eficiente (DOGE). Su medida más llamativa ha consistido en auditar y recortar el presupuesto de USAID (la agencia de desarrollo internacional de EE.UU.) acusada de financiar actividades «políticamente sesgadas». Es decir, en realidad no se trata tanto de una cuestión de fondos sino de lo que se debe y no se debe pensar.
Ahora bien, ¿de veras alguien se sorprende de que el dinero público se utilice para la difusión de ideas? El uso de las narrativas es la base misma del poder Se eligen causas, se amplifican ciertos discursos, se financian organismos que mantienen el statu quo. ¿Escandaloso? Depende. Lo importante no es evitarlo—resulta imposible—sino que al menos haya transparencia. Que el ciudadano, además, sepa que cada noticia, cada dato, le llega mediado. No se puede reproducir la realidad como si fuera un mapa a escala 1:1.
Aquí podríamos aprender algo del DOGE, aunque solo sea porque en España lo público es un pozo sin fondo donde desaparece el dinero sin que nadie se moleste en justificarlo. Tenemos una plaga de enchufismo institucionalizado que clama al cielo: fundaciones fantasma, asesores de asesores, transferencias opacas a redes clientelares. Para muestra, Sánchez Castejón. David, no Pedro.
La indignación ante esto es fugaz, lo tenemos asimilado como algo inevitable. Al ritmo con el que nos bombardea la actualidad, la salida de Gallardo de VOX se nos antoja ya lejana. Nos limitamos hace días a dilucidar lo legítimo de sus motivos y olvidamos lo mollar: esa dimisión ha sido posible porque tenía una vida laboral a la que volver. Como Espinosa de los Monteros o Macarena Olona. Historias que contrastan con una casta política sin otro horizonte que la política misma. Profesionales del cargo, expertos en supervivencia, aferrados a un sistema donde la lealtad se compra con sueldos públicos. Trump podrá desmantelar USAID o no, pero el problema de fondo no es de un organismo concreto, sino de la estructura de poder en la que se inserta.
Imaginen una auditoría seria del gasto público en España. Un DOGE patrio revisando la lista de asesores de Moncloa, de subvenciones a dedo, de redes clientelares. Imaginen la resistencia. No veríamos portadas sobre la necesidad de optimizar el gasto sino sobre «ataques a la democracia», «el auge de la ultraderecha» y «la amenaza a los derechos adquiridos».
USAID seguirá siendo un instrumento del poder estadounidense, con más o menos maquillaje. Y el DOGE probablemente acabará diluyéndose en un organismo más del entramado burocrático. Pero aquí ni siquiera tenemos esa posibilidad. Lo nuestro es mucho más burdo, más primario. Un sistema donde lo público es de unos pocos y donde la transparencia es una broma.
Al final, la gran pregunta sigue siendo la misma: ¿de cuántos políticos en España se puede decir que, si salen del poder, tienen dónde caer muertos? Porque si la respuesta es «casi ninguno», nuestro foco no debería ser USAID, ni el DOGE, ni la política exterior de EE.UU. sino que llevamos décadas sin separar el Estado del partido.