Exhibicionismo moral, lacra posmoderna
El amor tiene un orden: primero la familia, luego la comunidad, después la patria y, por último, el resto del mundo. No existe falta de caridad en este planteamiento sino puro sentido común: no puedes ayudar a otros si no tienes los recursos para hacerlo
Que nuestra sociedad se caracteriza por el «virtue signaling» (exhibicionismo de virtudes morales) es algo que llevamos señalando algunos desde hace demasiado tiempo. Demasiado, pues roza lo peligroso la costumbre de mostrar superioridad moral de forma ostentosa para ganar aprobación social. Podríamos hablar del caso de Karla Sofía Gascón como ejemplo paradigmático del auge y caída de un personaje en una sociedad puritana hasta el paroxismo, pero merece la pena ir más allá y profundizar en los engranajes y pilares del moralismo posmoderno.
El debate en torno a la inmigración refleja las incoherencias de quienes se muestran como ejemplo de humanidad y virtud desde la comodidad del sofá o del plató de televisión. El vicepresidente de EE.UU. puso en evidencia a estos sepulcros blanqueados hace unos días al remitir al viejo concepto del «ordo amoris» que tan bien retrató San Agustín. El amor tiene un orden: primero la familia, luego la comunidad, después la patria y, por último, el resto del mundo. No existe falta de caridad en este planteamiento sino puro sentido común: no puedes ayudar a otros si no tienes los recursos para hacerlo.
Circulan varios vídeos en redes donde se repite la misma escena; un reportero detiene a un viandante y le pregunta si la inmigración es un derecho universal. «Por supuesto», como respuesta por defecto. La siguiente cuestión se vuelve personal: «¿acogería usted a un inmigrante en su casa?» ¡Sin dudarlo! A continuación, el reportero se gira y hace venir a un subsahariano y reformula: ¿podría acoger a este muchacho en su casa uno o dos meses hasta que su situación se regularice? El «sí» transmuta en excusa: «Me encantaría, pero ahora mismo no puedo». Con qué facilidad una convicción firme se tambalea cuando implica una renuncia auténtica. La acogida al necesitado es un imperativo moral hasta que la realidad golpea. Es entonces cuando la generosidad se matiza.
Por supuesto, hay quien refutará el argumento señalando que pagamos impuestos para que el estado tenga capacidad para organizar dicha acogida. En el debate público, la capacidad económica del país es infinita, la convivencia no genera conflictos y la solidaridad lo soluciona todo. El estado se convierte en un dios providencial que provee en abundancia de forma ilimitada. ¡Los impuestos son para escuelas y hospitales! ¡Para defender al más débil!
Ah, quien me lea desde Valencia debe de hervirle la sangre. ¿Se imaginan ver a vecinos ahogados en un tsunami de barro, esperando confiadamente en la pronta aparición de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado? No olvidemos de quién provino la ayuda inmediata, constante y coordinada. No olvidemos que se tachó de organizaciones de extrema derecha a grupos de jóvenes voluntarios. ¡Qué perversión de los criterios morales el de quienes, ante una catástrofe humana, su mayor preocupación radica en quién sacará rédito político del asunto!
No resultan extraños, entonces, los argumentos que emplean para favorecer la inmigración descontrolada. «Hacen falta trabajadores para el campo, la construcción, los cuidados»; no se habla del inmigrante como un individuo con dignidad, sino como engranaje de un sistema. Si no deseas para ti determinadas condiciones laborales y vitales, ¿por qué te parece correcto que algunos se hacinen en chabolas para recoger fruta a 45º grados en los mares de plástico andaluces? Por no mencionar las mafias de tráfico de personas que hacen de la miseria un negocio rentable.
El 'ordo amoris' no excluye, jerarquiza. No es un pretexto para rechazar, sino un principio de responsabilidad. La pregunta no es cuántos inmigrantes debe recibir un país, sino cuántos estaríamos dispuestos a acoger nosotros. Ahí es donde la voz se apaga y la mirada se desvía. Es fácil gritar «¡bienvenidos!» en el ágora pública. Lo difícil es cuidar a tu padre enfermo de Alzheimer cuando nadie te está mirando.