Montero debería desfilar detrás de su número tres
Tras insultar en el Congreso al periódico que revela que un alto cargo suyo cobra sobornos, la ministra pretexta que es casualidad cuando el dirigente cae
Vamos a trasladarnos mentalmente a Alemania a modo de parábola. La República Federal Alemana cuenta con un alto tribunal que es la instancia donde se dirimen los pleitos fiscales y contra la Administración. El presidente fue nombrado por la ministra de Hacienda, una política socialdemócrata del SPD, que lo promocionó a ese puesto solo 20 días después de tomar posesión.
Un periódico alemán, crítico con la línea del Gobierno del SPD, publica una información exclusiva que destapa que el presidente del alto Tribunal Económico Administrativo cobraba en sobres en metálico a empresarios con pleitos fiscales a cambio de ayudarles a obtener la absolución. El periódico aporta incluso pruebas de frases literales de un empresario víctima del presidente del tribunal detallando las mordidas a cambio del perdón.
La oposición pregunta en el Bundestag a la ministra sobre las corruptelas del presidente del Tribunal Económico Administrativo que ha destapado la prensa. La dirigente del SPD se escabulle divagando e insulta al periódico que ha publicado la exclusiva tachándolo de «seudomedio». Pero a la semana siguiente, el presidente del Tribunal, que llevaba más de siete años en el cargo bajo el Gobierno del SPD que lo había nombrado, resulta que dimite de repente. Es evidente que la ministra ha forzado su cese a tenor del escándalo (y probablemente por temer que la Policía esté ya investigando al corrupto y haya acumulado pruebas en su contra).
¿Qué pasaría en la democracia alemana a tenor de todo lo anterior? Pues que no solo se iría el presidente del Tribunal Económico-Administrativo que trincaba sobornos en billetes. Detrás de él desfilaría la propia ministra. ¿Y por qué? Pues por haber tratado de encubrir su caso, llegando incluso al extremo de insultar en sede parlamentaria al periódico que había contado la verdad de lo que estaba ocurriendo.
Pues bien, lo que acabamos de contar con la metáfora alemana es exactamente lo que ha sucedido con María Jesús Montero y el presidente del Tribunal Económico-Administrativo, al que ella nombró en 2018 y que se marchó súbitamente este lunes tras las revelaciones de El Debate sobre sus chanchullos. ¿O es que acaso se retiró una tarde después de siete años en el cargo porque tenía jaquecas, o porque quería jugar al golf o dedicarse a los sudokus? ¿O forzó su cese la vicepresidenta de repente simplemente porque no le gustaba su peinado? No, Montero le ha enseñado la puerta de salida porque sabe que la roña le llega al cuello y quiere salvarse de cara a futuras novedades policiales y judiciales, que las habrá. Y es imperdonable políticamente que siga mintiendo y diciendo a voces, como ayer en el Senado, que el sospechoso no cobró mordidas. Hay que recordar que hablamos de la misma vicepresidenta que ponía «la mano en el fuego» por la honradez de Santos Cerdán y se soliviantaba ante las primeras informaciones sobre sus andanzas turbias.
María Jesús Montero debe pedir disculpas a El Debate y a sus periodistas por tacharlo de «seudo medio» en sede parlamentaria, y acto seguido debe presentar su dimisión por haber mentido en relación al cobro de sobornos por parte del presidente del Tribunal Económico-Administrativo. Y lo que digo no es una excentricidad, ni un comentario rigorista en plan Savonarola. Es simplemente lo que sucedería en la democracia alemana, en la británica o en la del vecino Portugal.
Nuestro problema político-moral radica en que la vida pública está destrozada por el barniz de inmoralidad y mentiras de lo que hemos dado en llamar sanchismo. Mienten como quien respira, en una gran huida hacia adelante que hasta puede acabar con algún ilustre hospedado en los hostales gratuitos del Estado.
La justicia es lenta, morosa, pejiguera… pero por fortuna casi siempre acaba llegando, admirables Pedro, Marisu, Ángel Víctor, Francina...