Señor alcalde
El permiso de natalidad para los hombres, además de una frescura, lo tienen que tener vedado los personajes con altas responsabilidades
Amis años todavía no he asumido la comprensión con la baja por paternidad de los padres. Hay excepciones, claro. Pero creo que el señor Alcalde de Madrid no ha hecho lo correcto delegando al frente de la alcaldía de la capital del Reino a Inma Sainz, que de haber tenido un hijo todos habríamos compartido el acierto de la medida. Tengo tres hijos, y en los tres casos, siempre sentí que mi presencia constante en la clínica —San Francisco de Asís—, era tan innecesaria como engorrosa. Esas mamancias, esas botellas, esas cuñas, no son acciones ni instrumentos imprescindibles para que el hombre ayude. El hombre es un privilegiado, que deja su semillita y, a los nueve meses, ella, sólo ella, se enfrenta y obtiene el regalo de la vida de su hijo. Hay padres muy pesados, y muchas madres, aun desde la hondura del amor, que desean en el lecho del dolor y los primeros días en casa, que su marido se largue mientras ella recibe la visita de su madre y sus amigos.
En tres ocasiones no he recibido regaño alguno de mi mujer cuando tuve a mis hijos, que los tuvo ella, porque a tanto no me atrevo. Le visitaba por la mañana —antes de ir al trabajo—, un rato por la tarde para liberarla de pelmazos inesperados, y me quedaba hasta las 9 de la noche. Y ella me lo agradecía. Me llamaba a casa y, si no estaba, jamás me reprendió. Las mujeres, cuando tienen un hijo, entregan a su criatura todos sus sentimientos, alegrías y preocupaciones. Se establece una relación de segunda categoría entre el padre y la madre, con mayor intensidad cuando el padre toma entre sus brazos al niño con graves posibilidades de dejarlo caer y que se dé un morrón. Y los aires. ¿Qué me dicen de los lo aires?
El hombre, y está demostrado científicamente por el catedrático y ginecólogo ruso, Gregioriev Tchapaiev, carece de tacto para sacar los aires de su hijo, y en su clínica del campo de concentración «Gulag 19», en tiempos de su amigo Stalin, muchos fueron los niños que fallecieron mientras sus padres les daban palizas para sacar los aires. La madre, infinitamente más amorosa y eficaz, con leves toques en la espalda y mucha paciencia alivia a su bebé sin precisar de la violencia.
Tono escribió un cuento muy corto y triste. El padre saca a pasear a su hijo, muy cubierto en el coche porque hacía bastante frío. Con la mala suerte de toparse con un amigo.
—Hombre, Felipe, iba a llamarte para felicitarse por tu hijo.
—Muchas gracias, pero no es necesario.
—¿Ha salido tan guapo como su madre?
—No.
—¿Tan feo como su padre?
—No estoy para bromas.
—¿Lo puedo ver?
—Si te empeñas y prometes no reírte, sí.
El amigo levanta la sabanita del coche. Y se asusta.
—Felipe, tú nos has tenido un niño. Parece una patata.
—No se lo digas a nadie. Es una patata. Mi mujer todavía no lo sabe. Se me cayó ayer al Manzanares y bueno, para qué contarte.
—Pues nada, Felipe. Sigue paseando a la patata, que está contentísima y muy cómoda.
Me reconocerán que el sucedido supera la altura de la atmósfera.
No les deseo, bajo ningún concepto, al Alcalde Almeida y a su mujer, Teresa Urquijo, que en lugar de un hijo tengan una patata. Pero el niño necesita durante estos días la amorosa lejanía del padre. Porque el permiso de natalidad para los hombres, además de una frescura, lo tienen que tener vedado los personajes con altas responsabilidades.
El padre mima peor que la mujer. Y los niños lo notan. Y un padre presente en la mirada de un niño los primeros días de su vida puede convertirse en una obsesión maligna.
O sea, señor Alcalde, que a trabajar, que es lo suyo y lo encomendado por centenares de miles de madrileños.
Y vamos, que ya está tardando.