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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Macronada versus Melotodo

Una mujer, la primera ministra Giorgia Meloni, hacía un discurso que devino viral de inmediato en redes sociales, debido a su claridad meridiana, a la valentía con la que le habló a los italianos y a los occidentales. Tanto, que inclusive un escritor español parió un 'xuit' alegando que le daban ganas de ser italiano

El viernes pasado el presidente francés Emmanuel Macron se dirigió a los jóvenes, habló con ellos —o eso pareció, en realidad aquello parecía otro aburrido monólogo—, con ese tono entre camaradería de eterno adolescente y al mismo tiempo paternalista profesoral al que tiene acostumbrado al pueblo-rebaño. Pleno de consignas repetitivas, anuncios de falsas expectativas y peores predicciones esperanzadoras, de lo único que consiguió convencer es de lo pésimo orador que es… O que son, porque uno de los problemas actuales más grave de los políticos, salvo casos raros, es que no saben hacer un discurso con un sentido verdadero, profesional, convincente y coherente. Macron escupió su bazofia y estoy segura de que al salir de allí ya nadie se acordaba de lo que había arrojado, pero todos llevaban el pecho henchido y con un síntoma victorioso que les carcomía por dentro, adoctrinados por una victoria no efectuada. Promesas, promesas, cantaba Dalida, una de las amadas por el socialista-socialité François Mitterrand, quien al menos era culto.

Macron en lo que sí jamás se equivoca es en la advertencia. Macron no da puntada sin hilo. Cuando Macron hable, observe usted, deténganse exclusivamente en las advertencias. Y de advertencias tuvimos sobradas. Por ejemplo, al igual que Pedro Sánchez advirtió que no se iría nunca del poder, que llegaría con su legislatura más allá del 2027, aunque con más elegancia y menor ringardismo que el socialcomunista, el francés aseguró que necesitaría de esa juventud en el 2027 y en el 2035; o sea, cuando ya esos jóvenes sean unos chamuscados y vencidos adultos enlatados en la agria salsa macronista. Pura agenda 2040.

Hizo su alarde de defensa a las Fuerzas Armadas, que en ese mismo momento se debatían, no en alguna guerra lejana, no, en no sé qué carretera de Francia, impidiendo la quema malvada de bosques, y siguió fingiendo que sumaba logros. Mientras tanto Pedro Sánchez actuaba más o menos con más de lo mismo en España, aunque rodeado de corruptos y sitiado por la corrupción en la que presuntamente estaría él mismo implicado.

En otra parte del planeta, no muy lejana, en Italia, una mujer, la primera ministra Giorgia Meloni, hacía un discurso que devino viral de inmediato en redes sociales, debido a su claridad meridiana, a la valentía con la que le habló a los italianos y a los occidentales. Tanto, que inclusive un escritor español parió un xuit alegando que le daban ganas de ser italiano; no entiendo por qué, en España existe Santiago Abascal, que no sólo sostiene un discurso idéntico, además fue quien llevó a España a Giorgia Meloni, le dio tribuna antes de que fuera elegida primera ministra, como mismo ocurrió con Javier Milei, presidente de Argentina; si los europeos supieron más acerca de ellos fue en buena medida gracias a Vox y a su líder.

De modo que, frente a la Macronada, la Sanchada, y un largo etcétera, contamos en Europa con la gran Melontodo. No es una burla, ella misma se retrató durante su campaña con un melón a cada lado de sus pechos. Aunque también existen otros, y por suerte se puede contar con Abascal y con Vox. Si no lo ves es porque padeces de ceguera política o de pueril bipartidismo, lo que es exactamente lo mismo.

Pero volvamos a Macron, el 'chico prodigio' que nos vendieron como «el Mozart de las finanzas», y que ha hundido el país. En su inmensa nube negra de palabrería hueca, chisporroteó apenas algo, una migaja para el escritor franco-argelino Boualem Sansal, de ochenta años, enfermo de cáncer, encarcelado en Argelia, condenado a cinco años de prisión. De nada valieron las carantoñas y los silencios de Macron con el dictador Abdelmadjid Tebboune, de nada han servido las humillaciones conferidas a su autoridad, no sirvieron los gestos moderados impuestos, que le exigieron a cambio de liberar al escritor. Macron, como con Vladimir Putin, una vez más ha sido trajinado, burlado, engañado, y se ha tenido que meter la lengua en donde no le da el sol. Vergonzoso. Los franceses están más abandonados que nunca, los franco-franceses olvidados y traicionados.

Por cierto, hablando a Boualem Sansal, ese hombre valiente que ha señalado los peligros de la islamización en Francia, muy pocos en Europa se han movilizado por su libertad. El ministro de Exteriores de Pedro Sánchez, José Manuel Albares Bueno (para nada), debiera hacer un gesto, más que simbólico, en favor de una persona, de un escritor al que seguramente conoció durante su larga estancia de lujo en Francia como diplomático, y a quien tal vez habrá leído, lo que sería un milagro. Espero que haga ese ademán digno, lo que a estas alturas no mejorará demasiado su prestigio. Salvo la italiana, ninguno sirve para un carajo.

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