Romance de la Mareta
Más de cien guardias civiles/ custodian a la pareja/ para que nadie les grite,/ para que nadie los vea, / para impedir un 'paiporta'/ y evitar otra diarrea./ Hoy llegan Illa y Marlasca (con 'C' que la 'K' es de pega),/ que son los más divertidos/ para animar sobremesas
La Mareta en Lanzarote
no es una casa cualquiera.
Se le regaló Hussein
al Rey que tenemos fuera.
El Rey renunció al dominio
y lo donó a España entera,
y ha terminado habitada
por un matrimonio hortera
que va de avión en avión
y apenas pisa la tierra.
Con traje de marca él,
con traje de marca ella,
y un escabroso pasado
amparados en las termas
de pendejas y maricas,
de maricas y pendejas.
Más de cien guardias civiles
custodian a la pareja
para que nadie les grite,
para que nadie los vea,
para impedir un 'paiporta'
y evitar otra diarrea.
Hoy llegan Illa y Marlasca
(con 'C' que la 'K' es de pega),
que son los más divertidos
para animar sobremesas,
para jugar a la Oca
al pañuelo o a las prendas.
Y también están las niñas
y en el futuro se espera
( sólo para negociar)
a Otegui y Josu Ternera,
que son personas de paz
y conversación amena.
La piscina, entre las rocas,
limpia como una patena.
Una barbacoa al fondo
y el mueble-bar con botellas
de licores y de vinos
de las mejores cosechas.
El jamoncito 'der güeno'
aguarda en la jamonera,
y cuando Sánchez consigue
sacar una loncha buena,
Marlasca grita de gozo,
y el catalán le jalea,
con ese caudal de ingenio
y gracia barcelonesa.
Pedro no repara en gastos
y Begoña le supera,
porque el verano que viene
ya no estará La Mareta,
ni La Moncloa, o Doñana
con sus cigalas de Huelva,
o las gambas del Rompido,
o las bocas sanluqueñas.
Estarán, pero sin ellos,
porque la vida es muy terca
y tendrán que conformarse
con su villa caribeña,
o su casa marroquí
o su exilio en Venezuela.
La Mareta en Lanzarote
no es una casa cualquiera.
Es un regalo del Rey
que Sánchez dejó sin tierra.
no es una casa cualquiera.
Se le regaló Hussein
al Rey que tenemos fuera.
El Rey renunció al dominio
y lo donó a España entera,
y ha terminado habitada
por un matrimonio hortera
que va de avión en avión
y apenas pisa la tierra.
Con traje de marca él,
con traje de marca ella,
y un escabroso pasado
amparados en las termas
de pendejas y maricas,
de maricas y pendejas.
Más de cien guardias civiles
custodian a la pareja
para que nadie les grite,
para que nadie los vea,
para impedir un 'paiporta'
y evitar otra diarrea.
Hoy llegan Illa y Marlasca
(con 'C' que la 'K' es de pega),
que son los más divertidos
para animar sobremesas,
para jugar a la Oca
al pañuelo o a las prendas.
Y también están las niñas
y en el futuro se espera
( sólo para negociar)
a Otegui y Josu Ternera,
que son personas de paz
y conversación amena.
La piscina, entre las rocas,
limpia como una patena.
Una barbacoa al fondo
y el mueble-bar con botellas
de licores y de vinos
de las mejores cosechas.
El jamoncito 'der güeno'
aguarda en la jamonera,
y cuando Sánchez consigue
sacar una loncha buena,
Marlasca grita de gozo,
y el catalán le jalea,
con ese caudal de ingenio
y gracia barcelonesa.
Pedro no repara en gastos
y Begoña le supera,
porque el verano que viene
ya no estará La Mareta,
ni La Moncloa, o Doñana
con sus cigalas de Huelva,
o las gambas del Rompido,
o las bocas sanluqueñas.
Estarán, pero sin ellos,
porque la vida es muy terca
y tendrán que conformarse
con su villa caribeña,
o su casa marroquí
o su exilio en Venezuela.
La Mareta en Lanzarote
no es una casa cualquiera.
Es un regalo del Rey
que Sánchez dejó sin tierra.
comentarios