¿Y los demás?
Habría sido magnífico ocuparse también un poco más (o algo) de cierta veta de xenofobia palmaria, antigua y pertinaz
Joan Planellas i Barnosell, de 70 años, es el arzobispo de Tarragona desde mayo de 2019. En el momento en que lo promovió el Papa Francisco era el decano de la Facultad de Teología de Cataluña. Se trata de un clérigo bien preparado intelectualmente, un doctor en su materia que se formó en Roma, en la ilustre Universidad Pontificia Gregoriana, de matriz jesuítica. Toda su vida sacerdotal ha discurrido en su Cataluña natal, salvo un año juvenil en Sevilla como capitán castrense durante el servicio militar.
Planellas no es una persona altisonante. Habla siempre con un tono moderado y razonable. Pero aunque evite las grandes proclamas, es indudable y conocido que políticamente está mucho más cerca del nacionalismo catalán que de los contrarios a él. En las horas más calientes del golpe independentista contra España, se mostró partidario de los indultos a los delincuentes separatistas, cuyas penas calificó de «drama». También promueve el uso intensivo del catalán a costa del castellano, pues lo considera la lengua propia de aquel pueblo, aunque la realidad refleja que los catalanes de carne y hueso hablan más en español. El arzobispo aboga porque las diócesis catalanas tengan sus propios órganos representativos, un poco al margen de los estatales, acorde al «perfil propio de país», y es de los que hablan de una «realidad nacional de Cataluña de mil años de historia».
Planellas ha sido objeto de titulares dos veces. En 2013, debido a una polémica con el dramaturgo Albert Boadella por una estelada en el campanario de la iglesia de Jafre, un pequeño pueblo de Gerona. Y ahora, este verano, su nombre ha sonado por sus palabras en la polémica de Jumilla, donde contestó a Abascal después de que el líder de Vox criticase la nota de la Conferencia Episcopal contra la prohibición del uso no deportivo de las instalaciones deportivas municipales (que sirvió a la izquierda gobernante para montar una serpiente de verano y acusar a PP y Vox de xenófobos y antimusulmanes). A su vez, los comentarios de Planellas fueron replicados con contundencia por el arzobispo de Oviedo, evidenciando las diversas sensibilidades de los obispos ante el complejo problema de la inmigración.
Boadella y su mujer, vecinos de Jafre, protestaron en 2013 por una estelada en el campanario y por el repicar de sus campanas en apoyo a la Diada. Pidieron la retirada de la bandera separatista, pero el párroco responsable del templo, que era Joan Planellas, se negó, explicando que «la ha pedido el pueblo y yo no puedo ir contra él». Según recogen las informaciones del momento, el párroco también dedicó a Boadella y su mujer, vecinos de Jafre, la siguiente frase: «Que se pongan la bandera española en su casa si quieren». Es justo añadir también que informaciones de este verano cuentan que Planellas, ahora arzobispo, acaba de ordenar la retirada de una estelada en la torre de la iglesia de Santa María de Prades, en Tarragona, según queja del párroco nacionalista.
El arzobispo de Tarragona ha concedido este fin de semana una entrevista al hilo de su intervención en la polémica de Jumilla. Ha elegido el periódico de referencia del Gobierno de Sánchez, que además es contrario al catolicismo, pues su línea editorial de siempre consiste en amplificar los errores del clero y omitir sus luces. En la entrevista, el prelado habla de manera cauta y en un momento dado afirma que «la Iglesia como institución no puede ser partidista», frase que habría estado bien haber aplicado cuando la polémica del campanario.
La parte más interesante de la conversación llega cuando se aborda el debate sobre la inmigración. Concluye Planellas que «los hechos de Jumilla implicaban una xenofobia, o sea, una exclusión por motivos de raza, procedencia y de religión». Y es aquí donde uno, desde su pequeñez y sin los amplios conocimientos teologales de don Joan, se queda pensando: ¿Y por qué la persecución durante décadas del nacionalismo catalán a los que no lo comparten no ha merecido nunca una queja pública similar por parte de este ponderado clérigo? ¿O es que la xenofobia ya no es mala si se aplica a los llegados de Murcia, Lugo o Huelva?
Una lástima no haberse ocupado un poco más (o algo) de una vertiente de xenofobia más antigua, amplia y pertinaz: la del separatismo supremacista catalán, que ha hecho la vida muy difícil a muchos catalanes, y hasta les ha prohibido escolarizar a sus hijos en el idioma en el que hablan, aun siendo perfectamente oficial allí; o que ha provocado el éxodo a otros puntos de España de miles de empresas perfectamente catalanas, perjudicadas por el fanatismo independentista. Y ahí lo dejo, por si un día le apetece darle una pensada.
Por lo demás, nuestros obispos, de cuyas buenas intenciones nadie duda, quizá tengan pendiente una reflexión profunda y con todos los datos sobre el asunto de la inmigración descontrolada. Habrán de llegar a un punto medio que combine el innegable deber evangélico de acoger a los que han llegado con la obligación de todo Estado que sea tal de controlar sus fronteras, una de las bases elementales del derecho y la construcción de las civilizaciones.