Buscan y encuentran «algo más grande»
Sigilosamente, pero de manera clara, parece que está comenzando un renacer del cristianismo entre chavales occidentales hartos de unas vidas tristes y huecas
Sucedía con el Papa Francisco y ha vuelto a ocurrir con su sucesor León XIV. Una riada de chavales de todo el mundo, con notable y sonora presencia de los españoles, han abarrotado las calles de Roma para unas jornadas de oración. Y se les veía contentos. Sin caer en ñoñería alguna transmitían una alegría sana, que por desgracia no se estila.
¿Ha sido algo puntual? ¿Se trata tan solo de una anécdota que no cabe convertir en categoría? ¿O realmente se está moviendo algo entre los jóvenes en relación con el cristianismo? De manera recurrente observo en la prensa anglosajona historias sobre un renacimiento del cristianismo entre los chavales. Es como una especie de reverso ante el amargor resentido del 'wokismo', la murga «de género» y el charismo.
«La crisis global lleva a la Generación Z a la iglesia», titulaba hace unas semanas en su portada el Sunday Express. Un estudio de la Sociedad Bíblica británica asegura que la asistencia a las misas de los adultos jóvenes ha subido allí de solo un 4% en 2018 a un 16% ahora. «Está sucediendo algo asombroso», comentan esperanzados.
El último que lo ha destacado es un joven articulista de The Times, James Marriott, un agnóstico que cuenta con cierta envidia que ha asistido a algunas iglesias de Londres para observar el fenómeno y se ha quedado muy sorprendido. Los chicos están volviendo a las iglesias «con un remarcable fervor», y de manera señalada a las católicas, porque valoran sus raíces, su fuerte arraigo en la historia y su continuidad total con Jesucristo y sus enseñanzas. Supone toda una noticia, porque el Reino Unido es hoy uno de los países más descreídos del mundo.
Cuando se les pregunta qué buscan en las iglesias todos vienen a responder lo mismo: «Algo más grande. Necesitaba algo más». Consideran que la sociedad se ha vuelto banal, trivial. Buscan algo trascendente, hermoso e inspirador, que siempre ha estado ahí y se llama Jesucristo. Una chica que se ha convertido explica al periodista que «la gente creyente es más feliz, menos ansiosa, menos solitaria y más proclive a fundar una familia y tener hijos». Otro converso lamenta que «con el secularismo nos estaban privando de nuestra herencia».
La promesa digital ha derivado muchas veces en pesadilla. Las relaciones se han tornado epidérmicas (un amigo virtual no es un amigo). Los patrones de belleza de Instagram y similares se han convertido en tiranías, que están triturando la psique de muchos usuarios jóvenes, con una dramática epidemia de anorexia de la que ya no se habla lo que se debería. La IA comienza a poner en cuestión el futuro laboral de muchos que están ahora estudiando sus carreras.
Las relaciones se han vuelto muchas veces de quita y pon, sin el apoyo sólido que supone un compromiso amoroso estable. Los momentos comunales de las familias, como compartir una conversación a la mesa, se ven erosionados por las pantallas. Padres e hijos viendo juntos cualquier cosa en la tele constituye una rareza propia del siglo pasado. Los sueldos de estos muchachos de cuna cómoda son casi siempre una porquería, y si viven en una ciudad tocha, comprar un piso y armar una familia empieza a parecerles utópico.
Pero sobre todo han apurado la vida hedonista y han descubierto lo que los sabios saben desde que el mundo es mundo: no hay nada al otro lado del arcoíris. No existe felicidad absoluta por aquí abajo y nuestra provisionalidad es brutal. Las fugas lúdicas operan como una huida hacia adelante para no enfrentarnos al espejo de un deprimente vacío existencial, agravado muchas veces por la soledad. La izquierda mató a Dios, pero no supo ver que de paso estaba mutilando al hombre. La gente siempre necesita creer en algo y lo que se ha hecho es sustituir la religión por seudo credos laicos. La nueva forma de fe puede ser ahora el cambio climático, o el feminismo en una versión politizada y exaltada, o las ideologías populistas, que muchos de sus forofos viven con la fe del carbonero, como credos incuestionables con solución para todo.
Sin embargo los placebos no solventan el problema. De no mediar la promesa cristiana del perdón y de la vida eterna en la paz de Dios, nos quedamos en polvo en el viento que pasa sin huella. Seres ridículos, sumidos en el horror de un gran absurdo del que no quedará rastro. Frente a ese vacío, realmente lo extraño es que no sean todavía más los chavales que se agarran a la esperanza en Jesucristo. Como dice otro que está de vuelta en la fe, el brillante poeta y cantante Nick Cave, «hoy en día no existe nada más contracultural que ser cristiano».