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Desde la almenaAna Samboal

Gazatíes sí, saharauis no

Los graves incidentes del domingo pasado son el preludio de lo que nos espera. Se requiere cabeza y corazón fríos para aguantar el embate, porque irá a más. Nos pegaremos por los gazatíes o por Trump, pero seguiremos obviando a los olvidados saharauis

El debate que ha incendiado en cuestión de horas la política nacional puede ser pertinente en términos humanitarios, pero no deja de ser una trampa política. Sería lícito si los mismos que se rasgan las vestiduras ante la desgracia de los pobres palestinos lo hubieran hecho, no ya por los venezolanos encarcelados por Maduro o los miles de cristianos vilmente asesinados en el Sahel, sino simplemente por el pobre pueblo saharaui, de cuyo futuro España era plenamente responsable. Era, en pasado. No lo es desde que el mismo presidente que ha dejado en evidencia a su propia Policía y ha jaleado a las masas contra un equipo ciclista los entregó a la suerte de una monarquía autoritaria que acabará por aniquilarlos. En Rabat, fieles aliados de Israel, deben frotarse las manos cada vez que a Pedro Sánchez o su familia le aflora algún escándalo. Cada vez que nuestro gobierno dispara contra Netanyahu o Trump para tapar sus vergüenzas, ellos ganan. Son leales, fiables y más ricos y poderosos. Nadie querría tenerlos como adversarios. Y, sin embargo, acabaremos por inclinar la balanza a su favor en el momento en que cancelemos los contratos de Defensa con Tel Aviv. Al margen del ruido, todavía hay quien piensa en los despachos.

Una cosa es discrepar de un aliado. Perfectamente lícito. Otra, reventar una prueba internacional para criminalizarle. Esta huida hacia delante de un gobierno acosado por las acusaciones de corrupción va alejando a España de Occidente, de sus socios naturales. Y lo preocupante es que esto es sólo el principio. Si por tapar la acusación de malversación contra Begoña o el procesamiento del fiscal general del Estado son capaces de empujarnos a llegar a las manos, qué no harán cuándo se desvelen las cuentas de Cerdán en el PSOE, la intrahistoria del rescate de Air Europa o la concesión del Palacio de Congresos de Madrid al candidato de la OMT que invitaba a los hoy imputados a viajar a San Petersburgo o a Georgia.

Comienza un nuevo ciclo electoral y el candidato de lo que queda del PSOE no puede permitirse que Pablo Iglesias, del que no se puede fiar, le robe la pancarta del «No a la guerra». Elevará de tapadillo los presupuestos, como firmó en la cumbre del la OTAN. Pero organizará la bronca que sea pertinente porque necesita aglutinar en torno a su candidatura todo el voto a la izquierda del Partido Popular. No todo está perdido todavía, la Ley D'Hondt siempre puede dar una sorpresa. Y si para lograrlo hay que enfrentar a los ciudadanos e incendiar las calles, se incendian.

Los graves incidentes del domingo pasado son el preludio de lo que nos espera. Se requiere cabeza y corazón fríos para aguantar el embate, porque irá a más. Nos pegaremos por los gazatíes o por Trump, pero seguiremos obviando a los olvidados saharauis.

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