La izquierda inmoral
Un Gobierno acorralado por la corrupción que llama ultras a quienes lo denuncian, descalifica a los medios que lo relatan y cuestiona a los jueces que lo investigan
No sé qué es más asombroso de la ola de corrupción que acorrala al Gobierno, si la indecente justificación que de ella hacen todos los ministros, líderes y medios socialistas, o la negación de su brutal incoherencia con la moción de censura que hicieron «contra la corrupción». Ni un solo líder de la opinión izquierdista está pidiendo cuentas a Pedro Sánchez por la gran estafa de la que fueron víctimas los votantes socialistas. Les mintieron descaradamente con aquello de que luchaban contra la corrupción, cuando ahora defienden abiertamente su propia corrupción.
Pero las víctimas están calladas, en parte porque ya saben qué pasa con quienes se rebelan, como se lo han recordado los sanchistas que han negado el aplauso al fallecido Lambán esta semana en Zaragoza. También por aquello de que los humanos tendemos a justificar nuestros errores, por muy evidentes que sean. Aquí, en esta negación de su error por parte de las víctimas, o de su estafa en el caso de los líderes, tienen un buen caso de estudio Carol Tavris y Elliot Aronson, los autores que acaban de publicar en español un libro que trata de eso precisamente, de cómo los humanos justifican creencias ridículas, decisiones equivocadas y actos dañinos. El problema del libro, que data de 2007, es el habitual sesgo izquierdista, con el que los autores encuentran muchos ejemplos de Nixon o de Bush, o de los cardenales católicos, o de Hitler, pero no se acuerdan de ningún político de la izquierda, ni mucho menos de los dictadores comunistas.
Porque estos autores tan sesgados creen muy probablemente en la idea de la superioridad moral de la izquierda, que es el tercer factor que explica el silencio progresista ante su ola de corrupción. La tal superioridad tiene el mismo fundamento que la teoría de la tierra plana, pero ellos se la creen con fanático entusiasmo. Hace muy pocos días tuve que debatir yo misma en el Congreso con un diputado socialista que aseguraba precisamente eso, que la tierra es plana, o, lo que es lo mismo, que ellos son moralmente superiores. Ya lo dijo también Gabriel Rufián, el más fiel de los escuderos de Pedro Sánchez, cuando aseguró que no se puede comparar moralmente izquierda y derecha, que Elvis no ha muerto, o que la izquierda es superior.
Creo que esta pretensión defendida con fanatismo y sectarismo por la izquierda explica en buena medida el éxito de la revolución de derechas que hay en numerosas democracias del mundo. Hay hartazgo e indignación por una mentira que tiene graves efectos sobre la propia democracia. Está ocurriendo en España, donde un presidente rodeado por gravísimos casos de corrupción con los que él está directamente relacionado, ni los reconoce ni asume responsabilidades. Y, además, descalifica como ultras a quienes los denuncian, califica de creadores de bulos a los medios que los difunden y ataca a los jueces que los investigan. Es decir, destroza principios e instituciones centrales de las democracias liberales.
Y luego se va Sánchez a la Universidad de Columbia a defender la democracia, dijo, y a responder a preguntas preparadas supuestamente por Columbia, pero que parecían de Ferraz o de la Internacional Socialista, y a cancelar entrevistas en medios que le quieran preguntar por su corrupción, la de la izquierda, esa que no existe.