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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Pepe

Los seres humanos y los asesinos quedan reflejados en cada gesto generoso y feliz de los niños con síndrome de Down

A todos los que actúan, defienden y contribuyen con el auténtico genocidio que hoy domina el mundo, dentro de la indignación que siento por todos ellos y por su actividad que supera ilimitadamente los límites de la villanía, les escribo sin ninguna esperanza de influir en sus conciencias.

Pero hay que romper los silencios. He convivido en la misma casa en Madrid más de 40 años con Íñigo como vecino. Era listísimo, sensible, y yo diría que hasta un poco golfo y siempre estaba dispuesto a aceptar una propina. Cuando estrené la colaboración con Juancho Armas Marcelo en la adaptación de Pantaleón y las visitadoras encerrando en un escenario toda la abundancia de la selva, Íñigo me pidió un pase gratuito y permanente para asistir a sus representaciones. Bailaba cuando los actores bailaban y no se perdía detalle de sus interpretaciones; se había enamorado de una actriz, María Abradelos, y una tarde uno de los generales, el que representaba al general Esquive, levantó un poco la voz a María Abradelos, sin otra intención que el sonido fuese más claro, y ante el estupor de todo el teatro, Íñigo se incorporó y se dirigió al general de esta manera: «¡Como vuelva a alzarle la voz a mi novia, subo al escenario y le arreo un par de sopapos, general!!!»

Creo que fue durante todos los meses que duró la representación, que fueron muchos, el acto más valiente, honesto, inteligente, heroico y divertido de cuantos se producen en una sala de teatro. Se llegó a pensar en incluirlo, pero al autor no le hizo demasiada gracia.

Se fue Íñigo y llegó Pepe. Pepe es mi sobrino. Todos los hermanos de mi mujer y todos sus cónyuges lo tenemos como un talismán de bondad y de hondura, porque esa bondad y esa hondura nos la regala él. Nos viene de Pepe.

Hace apenas un mes, su único tío varón de la familia, falleció después de una larga y muy sufrida enfermedad y nos encontramos con la sorpresa de que el heredero único de los bienes que había cosechado durante su vida, el propietario heredero, era Pepe.

Él no entendía nada, pero la gente le daba la enhorabuena y creo que el rasgo de dejarle la herencia a un sobrino con síndrome de Down compensa un poco con la barbaridad legalmente admitida que permite el crimen sin límite, el crimen sin defensa y sobre todo el desprecio a la vida de los más débiles.

Ahora tengo un apoyo especial y si alguna vez necesito unas perrillas para seguir adelante, se las pediré prestadas a Pepe, el niño que daría todo para agradecerle a su familia que le haya permitido vivir su paz y crear miles y miles de sonrisas.

Los seres humanos y los asesinos quedan reflejados en cada gesto generoso y feliz de los niños con síndrome de Down.

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