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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Las madres también asesinan

¿Cómo que muere una mujer al precipitarse de un décimo con sus dos hijos?

El titular se ha repetido, con muy ligeros matices, en la práctica totalidad de los medios de comunicación: «Muere una mujer tras precipitarse de un décimo piso con sus dos hijos, en estado grave».

Las crónicas también coinciden en el tono: parece que hubiera sido un accidente, como si a ella y a los pequeños les hubiera arrojado desde el balcón un tornado. Alguno va algo más lejos y recalca, desde muy pronto, que se descarta la «violencia de género», como dando por supuesto que lo normal al ver tan truculento episodio es que la gente pensara que el padre les había empujado.

Ahora prueben con este otro titular: «Una mujer intenta asesinar a sus hijos de tres años y se suicida». Parece más adecuado a los hechos, toda vez que en el piso en Madrid no había nadie más que ellos tres y que, obviamente, la decisión de tirarlos por la ventana solo pudo ser de la adulta, que según sus vecinos anunció a voces sus intenciones antes de ejecutarlas.

En el momento de escribir estas líneas, los pequeños luchan por sus vidas en dos hospitales de Madrid, y parece ya evidente lo que pasó: por lo que fuera, esa mujer no quería vivir y decidió que sus hijos tampoco debían hacerlo. Es decir, los intentó matar. Más allá sé que el suicido sea un drama y esté pendiente un debate serio al respecto, en un país que prefiere dedicarle tiempo a chorradas.

Algo tan obvio nunca buscaría contexto ni nada parecido a una justificación si esa misma escena hubiera tenido lugar con el padre. Se entendería, con razón, que ningún sufrimiento atroz, ningún problema de salud mental y ninguna razón más o menos grave sería suficiente para disculpar algo tan antinatural como que un ser humano intercambie su rol congénito y que, en lugar de estar dispuesto a dar la vida por sus hijos, se la quitara con violencia.

Y es lo suyo: un hombre que haga eso no merece otra cosa que el rechazo más contundente y repugnado. Lo haga por fastidiar a su pareja, con el mismo impulso monstruoso que está detrás de todos los crímenes machistas, o por cualquier otro pretexto. Ninguno tiene la jerarquía suficiente para ser comprensivo con semejante barbaridad y, afortunadamente, nadie lo es en esos casos.

¿Pero por qué si ocurre si la asesina es una madre? En supuestos así, que se repiten con cierta frecuencia aunque se tapen en las estadísticas oficiales, sí se buscan penalidades económicas, sentimentales o psicológicas para, de algún modo, presentar a la suicida como gran víctima del suceso y restar protagonismo a las víctimas reales, inocentes, sin voluntad propia y sin fuerza para resistirse a la ajena.

Hemos oído cómo a estos crímenes se les llama «suicidio ampliado», con la misma inhumanidad con que se bautiza de «madres coraje» o «protectoras» a delincuentes como Juana Rivas o María Sevilla, secuestradoras y torturadoras incluso de sus hijos, condenadas ambas e indultadas por el mismo Gobierno que luego defiende el concepto de «violencia vicaria», siempre y cuando no la practiquen mujeres.

Poner el foco en las denuncias falsas, que existen, como bien defiende Juan Soto Ivars, no resta importancia al fenómeno de la violencia contra las mujeres, que es grave y masivo. Y denunciar que no todas las mujeres son seres de luz, y que algunas son igual de asesinas con sus hijos que algunos padres, pocos en ambos casos, pero demasiados siempre, no minimiza la violencia machista. ¿Cuál es el problema en dar a cada asunto la relevancia que tiene y buscar en cada caso el remedio y la respuesta que merecen?

No todos tienen la misma enjundia, obviamente, y no querer entender que ellas están más expuestas que ellos es de cretinos e ignorantes. Pero ocultar que ser mujer no te libra de ser una bárbara y que, contra el indefenso, el abuso no entiende de género, pero sí de fuerza física, sí atiende a un fin: consolidar un discurso, y un negocio, para blanquear la industria de género, plagada de vividores que van por la vida dando lecciones y luego se callan los abusos de Salazar, las violaciones en manada sin son marroquíes o los asesinatos de niños si la asesina es la madre. Qué poca vergüenza; pero qué bochorno también da ver a tanto cobarde ponerse de perfil por el miedo al qué dirán.

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