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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Centrales nucleares y tontos renovables

¿Pero qué país serio decide asuntos tan graves sin un debate serio al respecto?

España sufrió un apagón general el pasado 28 de abril por meter en el circuito más energías renovables de las que el sistema podía soportar sin colapsar. Si las consecuencias ya merecían que alguien, por una vez, hubiera asumido la responsabilidad de ese desastre, las causas que lo provocaron exigían alguna dimisión al máximo nivel.

No pasó ni lo uno ni lo otro y, a estas alturas, ni siquiera el Gobierno ha tenido a bien explicarle a la sociedad qué ocurrió y por qué: prefiere dejarlo todo en una nebulosa, embarrar el campo para que se dé la paradoja de que, cuando más pagamos por la factura energética, más probable es que nos quedemos a oscuras de nuevo, por una combinación del infortunio y de las malas artes de las empresas del sector, esas codiciosas compañías gestionadas por señores con puro y tripas obscenas que disfrutan contaminando el planeta a lo loco y seguramente son franquistas.

El caso es que la Teresa Ribera de turno y el Pedro Sánchez de siempre no tengan nunca la culpa de nada, sea de imprevisión y parálisis con la dana, los grandes incendios o el apagón; meros instrumentos para pontificar por el mundo sobre el cambio climático o la transición ecológica que, cuando pueden desplegarse en situaciones reales, pasan a ser asuntos domésticos ajenos a sus competencias y salmos y dependen en exclusiva del Mazón de turno, siempre un torpe y un malandrín.

Ese es el paisaje, a grandes rasgos, en el que el Congreso ha votado hace nada en contra de anular la fecha vigente para el cierre paulatino de todas las centrales nucleares, con Junts al rescate del PSOE una vez más, intercambiando probablemente ese favor por el de contar con los manejos de Sánchez en la insólita aprobación de la amnistía en el sonrojante informe del abogado general de la Unión Europea, el mismo tonto con balcones que liberó a setenta terroristas desde la presidencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos al anular de facto sus múltiples condenas por considerar que, cumpliendo una de ellas, cumplía a la vez todas las demás.

Las centrales nucleares producen en torno al 20 % de la energía consumida en España, no emiten CO2, hasta la fecha han sido infalibles y seguras y además generan empleo y prosperidad en las comarcas que las acogen.

Solo el miedo a que un accidente provoque estragos vistos en un pasado remoto ya en Chernóbil o Fukushima justifica una prevención razonable, que no desaparece si en España se renuncia a sus propias centrales: Francia está ahí al lado, y Marruecos e Italia apuestan públicamente por desarrollar reactores a la vuelta de la esquina.

Es decir, en un país dependiente de otros como Rusia, donde su razonable apuesta por las renovables es insuficiente para tener autonomía y que dispone de centrales nucleares propias para envidia de otras potencias superiores como la de Georgia Meloni; el mismo Gobierno que en Europa vota a favor de conceder a esta energía la calificación de ecológica sostiene la necesidad de echar el cierre ideológico y se apoya en partidos que le acompañan, sin pensar en las consecuencias, por un burdo cambalache.

Si el mundo renunciara al desarrollo nuclear tras un debate a la altura de los que tal vez mantuvieron en su época Einstein y Oppenheimer, valorando que los pros estaban por debajo de los contras y consiguieran que nadie se saltara el veto (algo tan improbable como que Sánchez pensar alguna vez en algo que exceda de sí mismo), tendría sentido la exclusión española.

Pero no es el caso. Aquí vemos a una tropa de frívolos jugando con intereses nacionales desde el prejuicio ideológico, con desprecio por la ciencia y los hechos y, tal vez, con otros fines espurios que algún día aflorarán cuando el papel de algunos grupos de presión vinculados a sus siglas y operativos ya en tantos otros frentes quede quizá de manifiesto también en este.

La cuestión final es que España no puede jugarse su futuro a cara o cruz, que no es serio adoptar decisiones que hipotecan décadas por factores coyunturales del momento y que los gobiernos tienen especial sentido cuando piensan y actúan con esa visión madura y profesionalizada incluso en contra de los temores o la ignorancia del gobernado, haciendo pedagogía al respecto para calmar sus prejuicios. ¿Pero qué hacer cuando el árbitro del partido es en realidad el peor hooligan de la grada?

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