Navidad, más Navidad a pesar de ellos
Los militantes de la igualdad nos imponen que no haya Navidad, sino fiestas; que no haya recogimiento, sino uniformidad en esconder una invariable liturgia que nos reconforta el alma; que no haya portal de Belén, sino portal de internet para atacar al contrario
Todos lo intentamos, todos nos estrellamos, todos hacemos, incluso dejamos hacer, todos queremos, todos sentimos, todos caemos, todos sufrimos, todos paramos, todos fracasamos, todos desistimos, todos volvemos a intentarlo, todos nos resignamos, todos celebramos, todos penamos, todos amamos, todos añoramos. Y esta noche, la noche más buena, comprobaremos un año más que nuestros ausentes están más presentes que nunca. Llegaron los años y nos zarandearon con sus desazones, con las pérdidas y las nostalgias. Fue el día en que supimos que la Navidad iba en serio, como la vida en la literatura de Gil de Biedma.
Tan en serio como aquello que aprendimos y sobrevive impreso en nuestra alma. Esas lecciones que los padres impartían para que las aprendiéramos sin necesidad de escribirlas cien veces en la pizarra. Levantarse del asiento en el Metro para cederlo a una persona mayor, incluso dirigirnos a ella con él usted por delante. O respetar al maestro, aunque solo fuera para evitar que su reprimenda llegara a casa y acabara en el castigo de privarte del postre que tanto te gustaba. O estudiar tragando cafés cargados para evitar dormir ante el libro de Literatura Universal. O ser de los mejores, o intentarlo, por miedo a decepcionar a tus padres. O mirar el reloj insistentemente en esas tardes de paseo que te gustaría que no terminaran nunca, para que no pasara ni un minuto de la hora impuesta para la vuelta a casa. O subir las bolsas de la compra a la vecina. O dar las buenas tardes incluso a los que no conocíamos. O pedir las cosas, por favor. O visitar a los abuelos todos los domingos para que nos contaran sus batallitas y, para qué ocultarlo, nos diera la paga. O llamar a la madrina para felicitarle las Pascuas.
Las Pascuas, esa patria a la que volvemos cada año y que todavía nos sabe a polvorón de almendra y a peladillas dulzonas. Porque creer nos salva. Saber que nada de todo esto es en vano nos hace entender la deslumbrante Navidad. Y ser feliz por poder compartirlo con los que queremos. Creer nos ayuda a rechazar el pensamiento único que está demoliendo tradiciones, los valores que nos transmitieron en casa, las enseñanzas de la madre al calor de la estufa, las advertencias de la abuela. La taracea de nuestro ser. Esta noche volveremos a buscar el lado luminoso de la vida, un contraste de luz en mitad de la preocupación, de las tormentas actuales, reactivar nuestros anticuerpos contra los que odian que no odiemos.
Los militantes de la igualdad nos imponen que no haya Navidad, sino fiestas; que no haya recogimiento, sino uniformidad en esconder una invariable liturgia que nos reconforta el alma; que no haya portal de Belén, sino portal de internet para atacar al contrario. Pero, pierdan la esperanza, despreciables malajes. La Navidad es un milagro que nos purifica del fango, de tanto desprecio, de tanta comida recalentada frente a la comida casera de la madre que, aunque ya no esté, seguirá siempre en nuestra memoria envuelta en un delantal pringoso de amor y entrega.
La misma memoria que nos devuelve a esas tardes prenavideñas cortando papel de aluminio para improvisar un caudaloso río que hasta sintamos su corriente surcar sobre el serrín y el musgo del belén artesanal, o partiendo el turrón duro y distrayendo los pedacitos que se desmenuzan para saborear antes que ninguno de tus hermanos las ambrosías recién compradas. O esos padrenuestros que rezábamos para rogar por la sanación del familiar querido. Ese diario en el que volcábamos nuestras incertidumbres. Buscábamos certezas y no sabíamos que cada vez habría menos. Entonces era bueno no insultar, ni levantar la voz, ni gritar al adversario. Era bueno el plato de lentejas de tu madre y no el tofu de una hamburguesa. Era bueno confiar en los políticos, incluso vivir tranquilos en un estado hipotenso de la vida pública. Cuando no ocurría nada y pasaban tantas cosas.
Ese tiempo en que se escribían christmas y no viralizábamos felicitaciones enlatadas. No es mucho pedir. Solo queremos que nos permitan soñar y nos dejen cumplir nuestros sueños. Feliz Navidad a los lectores de El Debate.