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Cartas al director

Silencio sepulcral

Estando ahora en la biblioteca de mi barrio, buscando un silencio sepulcral para estudiar, me encuentro con todo lo contrario: Vehementes movimientos de sillas arrastradas; violentos ruidos de teclado o de pasar folios, y cuchicheos que, en vez de susurros, son voces que recorren de la una a la otra punta de las salas. Nos hemos acostumbrado a la falta de silencio, contemplación, oración, recogimiento… Muchos jóvenes estudiando con los cascos; hace dos semanas, vi a una joven con los cascos durante una adoración al Santísimo… Esta joven y otros más me dijeron que quince minutos de oración interior en silencio era muy difícil para ellos. ¿Es que no nos podemos concentrar sin ruido?

A mi derecha, unos chicos como tres años más jóvenes que yo estaban con el teléfono en mano, como tantos otros estudiantes que, echando un vistazo, veo ahora mismo, son mayoría. El papel, menos ruidosos que el teclado, se sustituye por el ordenador o la tableta, y cuando hay papel, lo usan como complemento. Los libros de esta biblioteca, especialmente los gordos que no pueden usarse para calzar una mesa y sirven de decoración en la pared y para acumular polvo.

Ruido, ruido, ruido. Entro a cualquier parroquia y no hace frío ni calor, hace ruido. La oración ya no es un diálogo sobre algunos temas con el Señor, sino que la preocupación pasajera lo carga con un ruido vacío: «Dios mío, ya sabes que quiero cuanto Tú quieres… ¿Me he dejado encendido el aire acondicionado?». Y la oración con ruido, aparte de perder sacralidad, pierde la dimensión de oración de presencia donde yo estoy y Él está, simplemente estamos.

¿Es tan difícil guardar silencio para adentrarnos en el asombro? El asombro de aprender, del estudio, de la oración, del misterio… ¿Y lo peor? Que yo soy el primero en hacer ruido.

Javier Antón Ortiz

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