Fundado en 1910

Cartas al director

San Juan Duns y la niña Agustina

San Juan Duns debía poner palabras a su fe. En pocos días, el hermano franciscano iba a ser acorralado con más de doscientas preguntas, de otros tantos intelectuales. A veces, se cuestionaba por qué Dios nos dio libertad, y no certezas, dejándonos el riesgo de errar y construir nuestras vidas sobre arenas movedizas. Y él, había cimentado su vida, sobre el pilar de María y la Inmaculada Concepción.

Acudió a la capilla parisina que guardaba, la que, para él, era la imagen más bella de María. Se arrodilló y rezó, con lágrimas y angustia.

París, de noche, no era segura. Y menos, para una niña aragonesa, Agustina, que se había perdido. Asustada, aquella capilla abierta le pareció un salvavidas para pasar la noche. San Juan Duns le explicó sus inquietudes: necesitaba encontrar la razón del Misterio de la Inmaculada Concepción. Agustina se rio, viéndolo muy fácil.

–Si Dios todo lo puede, ¿por qué no puede prevenir el pecado original en María? Él es perfecto. Además, Jesús querría que su Madre fuese perfecta. Y, para acabar, chico, nadie creería a Cristo si Dios no hubiera preservado a una persona de su pecado original.

¡Allí estaba la respuesta! San Juan la abrazó, gritó y rezó con más fuerza que nunca. También descansó, despertándose con los gritos desesperados de un padre, que buscaba a su hija Agustina. Antes de despedirse, aquella niña le entregó a Duns Scoto su mayor secreto: con dos gotas de sangre y un rayo de sol, había hecho una cinta, con la misma medida que la imagen del Pilar.

San Juan Duns la llevaría junto a su corazón, en aquel grandioso debate que aconteció en la Sorbona, donde, con palabras y fe, bajo los postulados que aquella joven le inspiró, venció todas las acometidas verbales de quienes negaban tal inmaculado dogma.

Sea este el recuerdo de todas aquellas humildes almas e intelectuales conciencias, que con amor y devoción, exclamaron... ¡Viva la Inmaculada Concepción!

Óscar Heras Gómez

tracking

Compartir

Herramientas