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Editorial

No hay quien aguante este desastre

El descrédito de España por las andanzas de Sánchez y su entorno debe frenarse ya desde las instituciones

Actualizada 01:30

Al bloqueo político, el acoso a las instituciones, la sumisión a sus aliados y la corrupción desatada, Pedro Sánchez le añade ahora un sainete infumable, de tintes dantescos y humillantes para la estima y la decencia de la política española.

El chusco enfrentamiento público entre distintos clanes de las tramas por todos conocidas no debe disipar lo sustantivo del asunto: todos están relacionados con el PSOE y todos son responsabilidad política, y ya veremos si legal, de Pedro Sánchez.

Resulta ofensiva para la inteligencia la burda manipulación que el presidente, sus colaboradores y sus altavoces pretenden instalar en la sociedad, como si nada de lo ocurrido tuviera que ver con ellos y fuera una especie de conspiración, primero de la oposición, la judicatura, la UCO o la prensa crítica y, una vez desplomado el inmenso bulo, de cloacas ajenas que investigaba heroicamente una militante del partido.

Lo cierto es que ha habido una abrumadora conexión entre la falsa periodista de investigación que dice ser Leire Díez, presente en operaciones de extorsión y montajes de todo tipo para favorecer a su partido; y los discursos, reformas y señalamientos del Gobierno a los Cuerpos de Seguridad, a los jueces que instruyen casos incómodos y a los medios de comunicación que informaban.

Y lo cierto también es que, de una manera u otra, la práctica totalidad de los miembros de esas tramas mafiosas han logrado, hasta el estallido de todo, los objetivos económicos que se plantearon, en múltiples ámbitos siempre favorecidos por el Gobierno: la venta de mascarillas, el rescate de una aerolínea o la licencia de hidrocarburos son negocios constatados y favorecidos por decisiones del PSOE sin las cuales, simplemente, no hubieran prosperado.

Es tan evidente esto como los dividendos obtenidos por Leire Díez, en forma de contrataciones arbitrarias en empresas públicas como Correos, Begoña Gómez, con una cátedra regalada hoy objeto de instrucción judicial por la sospecha de que funcionó intercambiando favores institucionales o David Sánchez, con una plaza fabricada a su medida que le tiene a punto de procesamiento.

A todos estos datos se le une la conexión frecuente entre ellos, con un cúmulo de escenarios y episodios en el que aparecen juntos, de una forma u otra, como prueban los viajes al extranjero de la esposa del presidente del Gobierno con Víctor de Aldama, considerado el nexo corruptor de la trama y, a la vez, su mejor detonante para alcanzar un acuerdo con la Justicia.

No se recuerda caso en España, ni en el mundo civilizado, en el que al colapso político se le añada otro estético y ético tan clamoroso. Y mucho menos que algo así sea respondido con el silencio, la mentira o la acusación a quienes denuncian o intenta frenar estas prácticas mafiosas.

El silencio de Sánchez, unido a las patéticas coartadas esgrimidas a la desesperada por sus lamentables defensores, remata el inaceptable deterioro de la estabilidad institucional y democrática de España, arrastrada por un fango cuya propiedad es exclusiva del PSOE.

Ningún país debe soportar algo así, derivado de la ambición vacua de un dirigente político sin escrúpulos cuyas andanzas, eso sí, quedan perfectamente retratadas por el tipo de personas que le rodean y ojalá paguen el precio que sus andanzas exigen ya a voces.

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