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25 de abril de 2024

En Primera LíneaJavier Junceda

Hispanobobos

Ese colosal patrimonio colectivo debe vérselas con sorprendentes adversarios en su patio trasero que anteponen cualquier cosa a lo que es suyo, arrinconándolo acomplejadamente como si tuviera escaso valor

Actualizada 02:44

Los hispanobobos son ciudadanos del mundo hispánico a los que les repatea el esplendor que ha tenido su comunidad histórica. Y por eso no descansan hasta borrarla del mapa. Este feliz neologismo, acuñado por Alberto Gil Ibáñez, retrata con fidelidad a aquellos sujetos que –por ignorancia, esnobismo o retorcimiento–, han terminado tragándose la hispanofobia creada en época quinientista por nuestros seculares adversarios, creyéndose todavía que lo de aquí es siempre peor, por vía de principio. En ultramar, esta figura la encarna el típico «cojudo» o corto de entendederas al que una cultura común, un formidable idioma de seiscientos millones de hablantes, un glorioso pasado compartido, un mismo credo, un intenso mestizaje o un mercado superior al diez por ciento del PIB universal no le parecen motivos suficientes para respaldar una verdadera unión institucionalizada, social y económicamente pujante en el contexto internacional.
Los miles de pasajeros que a diario llenan los aviones que hacen las rutas de ida y vuelta entre Barajas y las distintas capitales de la hispanidad, tienen bastante poco de hispanobobos. Como tampoco lo son los productores de queso asturiano que se cargan en sus bodegas para venderlos a la mañana siguiente en los abarrotes de Lima. O los recolectores de mangos piuranos que se distribuyen a las tiendas santanderinas en cuestión de horas. Ni lo son, por descontado, los universitarios colombianos o mexicanos que cada curso se sientan en las aulas de Salamanca o Sevilla, o los docentes de una u otra orilla que no se cansan de organizar seminarios científicos conjuntos.
Esta hispanobobia se concentra hoy, sobre todo, en las demagógicas élites gobernantes y en la predecible intelectualidad española y americana, henchidas de ademanes prefabricados y pretenciosos, ajenos por completo a los infinitos lazos de sangre, mercantiles, laborales o académicos que tejemos con discreción los hispanoamericanos sin pedir permiso a nadie, inundando de madrileños Buenos Aires o de ecuatorianos Barcelona.
Ilustración: España educación hispanidad rechazo

Lu Tolstova

Esas criollas castas dirigentes, a diferencia de sus anónimos compatriotas, siguen emperradas en desatar con artificios lo que lleva más de cinco siglos bien atado. Y, como no tienen a mano mejor argumentario, continúan sirviéndose de lugares comunes no solo rancios, sino lisa y llanamente falsos, como pintar a los «pueblos originarios» de santos varones, cuando es sabido que algunos celebraban banquetes con carne humana antes cocinada o la mayoría esclavizaban con crueldad extrema a sus desgraciados súbditos, entre otras prácticas nada edificantes. Sin la decisiva ayuda dispensada por esas pobres gentes a quienes les liberaron de tan inhumanas sevicias, jamás hubiera cristalizado la primera globalización, protagonizada por la hispanidad. De ese holocausto caníbal, por cierto, nadie ha pedido aún perdón. Ni tan siquiera lo han intentado quienes se reivindican ahora como sus legítimos herederos.
A estos hispanobobos, tan fascinados por la modernidad de las naciones que consideran extrañamente superiores, les pone de los nervios que la koiné hispánica ronde los sesenta millones de hispanoparlantes en su particular meca, los Estados Unidos. O que en Miami la utilice el setenta por ciento de su población y en Los Ángeles cerca de la mitad. Y que Nueva York sea ya «Nueva Llorca», debido a la generalización en sus avenidas de la lengua de Calderón o Andrés Bello, custodiada con celo por la Academia Norteamericana de la Lengua Española, benemérita institución que va camino de cumplir su primer medio siglo de fecundos servicios a la causa hispánica.
Los datos económicos de lo que tanto desdeñan suelen también provocar sarpullidos a estos zoquetes empeñados en tirar piedras contra su propio tejado. El poder de compra de los hispanounidenses roza los dos billones de dólares, elevados a la friolera de cincuenta si lo calculamos a escala planetaria. Pero mientras esto sucede, ese colosal patrimonio colectivo debe vérselas con sorprendentes adversarios en su patio trasero que anteponen cualquier cosa a lo que es suyo, arrinconándolo acomplejadamente como si tuviera escaso valor.
Al margen de las fórmulas que existan para aprovechar este inconmensurable tesoro, se me ocurre que las Cumbres Iberoamericanas dejen de ser un mero encuentro de líderes en guayabera, avanzando hacia una auténtica alianza hispánica al estilo de la Unión Europea que canalice esa imparable realidad capaz de reeditar la grandeza de otros tiempos, acabando de una vez con tanto pelma hispanobobo que nos rodea.
  • Javier Junceda es jurista y escritor
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