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25 de abril de 2024

En primera líneaRafael Puyol

Ser mayor, pero no viejo

El gran reto laboral del futuro en todos los países avanzados será trabajar más años, lo cual será posible dado el predominio de ocupaciones focalizadas en el sector terciario, que no demandan un gran esfuerzo físico

Actualizada 01:30

Podría hacerles una larga lista de personas mayores que siguen trabajando en tareas de alta responsabilidad, pero reduzco el censo a tres casos singulares y admirables: Joe Biden, con 79 años, el Papa Francisco, con 85, Lula da Silva, el benjamín, con 77.
Son todos ellos ejemplos claros de que sus años no les han impedido aceptar retos decisivos, tener agendas infinitas y tomar decisiones, a veces difíciles, que afectan a miles de ciudadanos. Siento un gran respeto por esas personalidades que ocupan un puesto destacado en mi parnaso personal de hombres ilustres, pero soy consciente de que no todos los juicios sobre ellos son positivos y cuando eso sucede observo que la mayoría de las veces se basan en razones de edad. Los medios están permanentemente atentos a si Biden tropieza al subir una escalera o se despista ante un micrófono; hay quienes recomiendan al Papa Francisco seguir los pasos de su predecesor y convertirse en emérito y de Lula ya dicen que es demasiado viejo para gobernar un país tan joven. Y es que el edadismo acecha implacable y no admite matices sobre el hecho de que por encima de una determinada edad no valgas para lo que haces a pesar de que lo hagas bien, con inteligencia, con decisión y con buenos resultados.
Ilustración: Biden; Papa Francisco; Lula

Paula Andrade

El edadismo, esa discriminación por la edad, que a veces trata de justificarse con argumentos endebles, y otras se practica sin ningún fundamento, no tiene fronteras, pero hay territorios donde esa actitud está especialmente extendida. Y España es uno de ellos. Así se desprende de los Informes que Iñaki Ortega, Alfonso Jiménez y yo mismo hemos elaborado sobre el talento sénior en España y en la Unión Europea por encargo de la Fundación Mapfre. Particularmente el segundo que acabamos de presentar permite comprobar la desfavorable situación española frente a otros Estados de la Unión, particularmente del norte y del centro-oeste europeo. No solo poseemos uno de los porcentajes de población empleada mayor de 55 años más reducidos de la Unión, sino que además ostentamos las cifras más fuertes de desocupados en esas edades y nos situamos en el pelotón de países con un desempleo de larga duración más fuerte. Que tanta gente se retire a edades tan tempranas (media de 63 años) provoca que la duración de nuestra vida activa sea una de las más bajas de los 27.
El gran reto laboral del futuro en todos los países avanzados será trabajar más años, lo cual será posible dado el predominio de ocupaciones focalizadas en el sector terciario, que no demandan un gran esfuerzo físico. Los trabajadores manuales tendrán evidentemente otras reglas del juego y otro calendario. Nuestro mercado de trabajo reflejará una mayor presencia de inmigrantes y de mujeres, que junto con los trabajadores de edad compensarán la falta de jóvenes por la caída de la natalidad, dando lugar a una pirámide laboral mucho más diversificada. Así pues uno de los retos que nuestra economía debe enfrentar es el de la prolongación de la vida activa que ahora tiene cifras tan cortas. Y ello va a exigir una reforma de la legislación y un cambio de mentalidad. Una legislación que contemple el retiro como un derecho, no como un deber, facilite el trabajo voluntario por encima de la edad de jubilación, acerque la edad real de salida (63 años) a la edad legal (algo por encima de los 66 años con horizonte en 2027 en los 67) y corrija las jubilaciones anticipadas. Y un cambio de mentalidad por parte de todos los grandes interlocutores del mercado laboral. La Administración a quien corresponde la doble tarea de evitar que la gente se vaya tan pronto del trabajo y promover su mantenimiento en condiciones ventajosas para todos: para ella misma, para las empresas y para los trabajadores. Los sindicatos que tienen que comprender que el progreso social pasa hoy por favorecer vidas laborales más largas, no más cortas, y que además el mantenimiento de los séniores en la actividad no quita trabajo a los jóvenes que por otro lado van a a tener efectivos cada vez más pequeños. Las empresas, que han de hacer una apuesta decidida por el talento mayor y mantenerle más tiempo con la formación necesaria y las condiciones de trabajo adecuadas. Y los propios trabajadores, que han de ajustar sus vidas laborales a esperanzas al nacer que ya superan con creces los 80 años.
  • Rafael Puyol es presidente de UNIR
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