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19 de mayo de 2024

En primera líneaAlberto Gatón Lasheras

La soledad de los muertos

Flores, mirtos, rosas y crisantemos que bajo los cipreses simbolizan un pueblo español en el que todavía palpita en su corazón la belleza mística y la sabiduría espiritual del Día de los Difuntos

Actualizada 01:30

«No son los muertos los que bailan, estoy seguro, son los otros los que bailan con un mascarón». García Lorca, Danza de la Muerte.
Internet, radio, televisión nos acosan con anuncios terroríficos, niños y adultos disfrazados de monstruos, macabras bromas e invitaciones a siniestras fiestas. Me gusta reír, que la gente sea feliz y disfrutar la vida con los amigos. Pero no que dirijan el camino de mi alegría. Así, aunque es batalla, pero no guerra, perdida, y siguiendo a Menéndez Pelayo en su Historia de las ideas Estéticas de España cuando asevera que «en arte soy pagano hasta los huesos, pese a quien pese», escribo este artículo no como apología cristiana del Día de los Difuntos sino como alegato humanista de su romántica belleza. Tampoco critico la fiesta de Halloween en Irlanda o Estados Unidos porque, como viví durante años en Denver, disfrazarse y asustar a los vecinos son rescoldos del exorcismo celta de impedir que los malos espíritus se aposenten en los hogares; la danza infantil del «trick or treating» brota de la costumbre católica irlandesa de visitar los cementerios mientras los niños, a cambio de «soul cakes» (dulces cuadrados de pan y pasas, fresas o grosellas), prometen oraciones por los fallecidos; y la calabaza iluminada representa la linterna de «Jack el farero», quien engañó (trick) al Diablo en una apuesta (treat).
Pero si Halloween en Estados Unidos e Irlanda es una tradicional liturgia céltica-cristiana de recuerdo a los muertos, en nuestra sociedad esconde, bajo la apariencia comercial, algo peor: alienar el alma de España. Nada es inocente en la era de la globalización, y hoy los ciudadanos somos manipulados por los medios de comunicación, los usos sociales y la telebasura fomentando una grotesca mascarada donde durante milenios, cuando la naturaleza se rinde al invierno, se consagraban unos días para meditar sobre el sentido de la vida y el homenaje a los difuntos amados. Ojalá en lugar de bailar la masa en torno a una calabaza sintiéramos los españoles, como describe Chesterton en Las costumbre funerarias, que «esparcir flores sobre una tumba es el modo en el que una persona normal comunica con un gesto cosas que sólo un gran poeta podría expresar con palabras».
Ilustración: tumba muertos

Paula Andrade

Romanticismo poético del Día de los Difuntos para cuya defensa mejor que enfrentarse, inventar o protestar contra Halloween es reconquistar nuestro arte, literatura, folclore, música, gastronomía e imaginería popular de difuntos, brujas, hadas, espíritus, aquelarres, misereres, estantigua, santa compaña, meigas, fantasmas, espectros y otros tratos con el más allá, que cultural e históricamente nadie nos puede dar lecciones de leyendas y ritos con la muerte, y menos con una hortaliza traída por nuestros conquistadores de América a Europa. Y despertar al pueblo español, porque si éste cree cómico dar calabazas a la muerte olvida las palabras del agnóstico Octavio Paz en Todos santos, días de muertos, cuando avisa que «es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, palabras e ideas, porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándola o fingiendo que la ignoran».
Empero, el iceberg de la perversidad globalista del capitalismo salvaje que es Halloween bajo la apariencia de una inocente fiesta de disfraces contiene un feroz ataque contra la identidad de España como nación. Infiere Menéndez Pelayo en Historia de las Ideas estéticas en España que «un pueblo puede improvisarlo todo menos la cultura» y es esencial detener esta agresión contra la identidad de España hecha cultura funeraria de sus distintas regiones, herencia integradora y unificadora de nuestros antepasados allende credos, ideologías, razas o clases sociales. Si en Los derechos del ritual defiende Chesterton que «un hombre sin historia es, casi literalmente, un débil mental», el Halloween español invade la literatura, arte, gastronomía y liturgia del Día de los Difuntos buscando la desaparición de una historia milenaria que cimienta la identidad y el alma de España.
Cierto es que la presión del Halloween cada vez acerca más a España a la profecía de Bécquer ante un abandonado cementerio: «¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!». Pero hay esperanza, porque si Gerardo Diego en su poemario Cementerio Civil describe que «he visto cementerios, campos santos, en las cinco dehesas de la tierra», los españoles siguen visitando a sus muertos en los camposantos de sus ciudades y aldeas. Y no son calabazas sino flores regadas por lágrimas las que adornan sus sepulturas, sublimando el Poema de Otoño de Rubén Darío: «aun vencen muerte, tiempo y hado/ las amorosas;/ en las tumbas se han encontrado/ mirtos y rosas». Flores, mirtos, rosas y crisantemos que bajo los cipreses simbolizan un pueblo español en el que todavía palpita en su corazón la belleza mística y la sabiduría espiritual del Día de los Difuntos.
  • Alberto Gatón Lasheras es comandante capellán de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE)
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