Supongamos
Nuestro galán. Se lanza a la política. Que, como vamos sabiendo, es el atajo de los que, no están o bien no están dispuestos o dotados para demostrar y aplicar contenido. Allí va. Hay mística de orador solitario, casi bíblico. Como sea, el tipo se hace con un partido
Supongamos. Por suponer. Para matar el tiempo. ¿Qué número tiene usted? Un poco mejor que yo, pero también tiene espera para largo. Suponer qué. A eso voy. Supongamos que hay un tipo. Uno cualquiera. Del montón. Pero que es bellísimo. De esas hermosuras que encandilan. Al punto que los espejos, una vez que reflejan su soberbia presencia, se niegan a continuar reflejando, y se desvanecen. La cuestión es que, tan aplicados estuvieron los hados genéticos, que se olvidaron de meter una personalidad en el envoltorio. Y, claro, ya cerradito así, tan lindo, tan de prometer interioridades irrealizables, que lo dejaron así. Vamos, que hay continente, pero no contenido. Que lo que tiene de estético le falta del resto. Pero con eso va bien por la vida. Ahora supongamos que quiere mandar. Porque sí, porque es un capricho que tiene, porque cree que, con ese embalaje, bien merece la realización de sus impulsos. Además, se le ha metido en el moño que sostiene la armazón paquetil, que hay en lo suyo un algo de revancha. Que alguien le ha quitado o negado lo que es suyo por derecho de embalaje. Ya, mucha licencia metafórica. Pero, si no las gasto aquí, dónde. En el bar no me las aprecian. En casa, menos. Ya prisioneros en esta burocrática espera, me aprovecho y lo someto a estas conjeturas.

Volvamos a nuestro galán. Se lanza a la política. Que, como vamos sabiendo, es el atajo de los que, no están o bien no están dispuestos o dotados para demostrar y aplicar contenido. Allí va. Hay mística de orador solitario, casi bíblico. Como sea, el tipo se hace con un partido. Él y los que, absortos por el fulgor de su belleza —y los otros, que utilizando ese resplandor, se cuelan para pasar desapercibidos, a ver si llegan a ganarse un puesto, un privilegio. Sí, un poco floja esta parte, muy troyana, pero de plástico y made in cualquier parte. Y en las elecciones, gana. O algo así. Le da el cómputo de votos para formar gobierno con unos que ni loco… Ah, porque a todo esto, el fulano miente más que respira. Pero no es sólo eso, cada mentira contradice cabalmente a la anterior. Y entre una y otra, a veces median, qué, apenas unas horas. Y es una tras otra. El envoltorio, después de todo, sí parece contener algo: embustes a punta pala. Vamos, que es lo único que dice. Y los suyos, lo mismo. Para qué andar con argumentos y hechos, si el cuento es más fácil. Y, claro, van entusiasmándose. Y reciben, pero no reciben, aunque recibiendo, a una que no había que recibir, pero sí había que recibir porque unas maletas; y demás chanchullos a diestro y siniestro. Sobre todo, siniestro. Mientras va deshaciendo el andamiaje de promesas con que subió hasta el pedestal; pero, eso sí, jurando y perjurando que este deshacer era el verdadero compromiso, y que lo otro, en todo caso, lo había dicho otro, que sí, era él, pero no este de ahora.
Y así con todo, todo el tiempo. No como si gobernara, sino como si estuviese rebajando a todos a su estatura. No la de ahora, presidencial, o primer ministerial, según donde uno guste aplicar la ficción, sino a la de antes, esa que andaba masticando resentimientos y desquites y practicando rictus.
En fin, este fantasear nos lleva a otra vuelta de elecciones. Y otra vez la misma cantinela. Que sí, que le digo yo, que soy el que está imaginando el asunto, que votaron como para que pudiera otra vez pactar con los que nunca pactaría. Y, claro, ahora, todo va a más. Y, creyéndose que el destello del gran capitán es tan potente como para cegar allende el maleable más acá, pues se ponen a lo que se ponen esos personajes. Ya, otra vez 'troyita'. Imagine lo que se sería el relato este si hubiera leído la historieta esa. La cosa es que una juerga por aquí, otra por allí. Vamos, poniéndole piso y puesto a la querida, pero con conciencia de clase y de género. Y a la vista de todos, por su puesto. Y mucho más. A derrape diario. No sé, no se me ocurre ahora qué podría ser un caso, pero no se preocupe, que esos que yo imagino, aunque no muy listos, descarriados son un rato largo, y se le ocurren las trastadas con una facilidad pavorosa. Vamos, en resumen, lo que vienen llamándose habitualmente corrupción.
Hombre, inverosímil, improbable, puede ser; pero no imposible. Ya, quizás tenga usted razón, y no hay tanto desprevenido por ahí, pero… Si se dan las condiciones y, suponiendo, tal como estamos haciendo, no es imposible. Después de todo, si uno lo puede pensar, entonces es que, otros lo deben haber considerado ya; de forma que, eventualmente, puede ocurrir. O algo así. Ahí van a llamar su número. Hala, hasta más ver. Ya sé que aquí no puede ocurrir. Qué sí, hombre, que tiene usted razón, que la democracia y los poderes. Era por… No sé ni por qué era. ¿Para pensar que estamos mejor en comparación con esa…? Exacto, pesadilla. Ea, saludos a la familia.
Es cierto, qué ideas se me ocurren, aquí no puede instalarse esa comodidad troyana, esa sugestión o autosugestión colectiva, que convence a tantos de que sólo están esperando su turno para salir a cobrarse su parte de la revancha —siempre tiene que haber un desagravio para amansar y dirigir—; en lugar de asumirse como uno de los tantos que está afuera siendo vapuleado a diario en nombre de su propio «bien», por su «futuro».
¿Cómo va a ocurrir aquí tal esa tesitura peregrina? Es imposible, como decía aquí el compadre. Todo está en orden. Todo funciona como recién engrasado. ¿A cuento de qué me vienen estas imaginerías? Si ya me toca el turno para que me paguen la ayuda de doscientos euros mensuales para cañas y tapas y pasado mañana los cien de… ahora mismo no recuerdo. Está visto que todo funciona.
- Marcelo Wio es director asociado de CAMERA Español