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En primera líneaEmilio Contreras

¿Quién tiene que pedir perdón?

Si un dirigente español se atreviera a exigir a los gobiernos de Roma, París o de los países árabes que pidieran disculpas por los «agravios de la conquista», los ecos de la carcajada nacional llegarían hasta las playas del Caribe

Leonardo Padura, el grandísimo escritor cubano, ha recordado en un reciente artículo la dureza de la represión del general Weyler contra los cubanos que luchaban por la independencia de su país. Estas palabras me han llevado a recordar los reproches que en los últimos años vienen haciendo algunos dirigentes hispanoamericanos sobre lo que los españoles hicieron a lo largo de tres siglos de «colonia».

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El Debate (asistido por IA)

La más sonada fue la de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, cuando el año pasado exigió a las autoridades españoles que pidieran disculpas por los «agravios de la conquista». Y como no lo hicieron, se negó a invitar al Rey a su toma de posesión.

Declaraciones como ésta revelan una estrategia de victimismo demagógico y de manipulación del pasado. Porque la historia nos enseña que el continente americano no era una Arcadia feliz que los españoles destrozaron a partir de 1492. Era un inmenso territorio en el que, como en el resto del mundo, se imponía la implacable ley del más fuerte. En México, los más fuertes eran los aztecas que tenían sometidos a sus vecinos los tlaxcaltecas. Cortés aprovechó sus ansias de liberación y les dio instrucción militar, construyó una flota con la que atacar la ciudad de México-Tenochtitlán, situada en el centro del lago, y les dotó de los mandos y la estrategia de la que carecían.

No es cierto que sólo unos cientos de españoles derrotaran a decenas de miles de aztecas; sencillamente, sus vecinos sometidos, liderados por Cortés y los suyos, los derrotaron. Tampoco es cierto que en los años de la conquista y en los siglos posteriores todo fuera un camino de rosas y no hubiera abusos. Los hubo. Pero la verdad es que España fue Roma en América: llevó al Nuevo Continente la civilización occidental, su cultura, su religión, sus universidades y escuelas, en las que se formaron las minorías que se alzaron contra España y consiguieron la independencia tres siglos después. Puestos a remover el pasado, no sólo habría que exigir disculpas por lo que se hizo mal, sino reconocer lo que se hizo bien.

Pero esta estrategia de pedir perdón es una coartada para tratar de ocultar lo que esos gobiernos han hecho o están haciendo mal o muy mal. Cuando países con enormes recursos agrícolas, mineros o de hidrocarburos tienen hoy altos niveles de pobreza, desigualdad y emigración, es porque la incompetencia y la corrupción están detrás de muchos de sus gobernantes, no por los tres siglos de «colonia» que se acabó hace doscientos años. Es la vieja táctica de manipular el pasado para desviar la atención.

Los españoles también fuimos invadidos, colonizados y nuestras riquezas fueron explotadas; no durante tres siglos sino durante 1.200 años. Los invasores no llegaron regalando caramelos, lo hicieron a punta de lanza y arramblaron con buena parte de las riquezas del país.

Los romanos fueron implacables en la conquista de Hispania y ahí están los ejemplos de Sagunto, Numancia y la guerra de Octavio para someter a cántabros y astures. Esquilmaron hasta la última pepita en las minas de oro a cielo abierto de las Médulas, las más importantes del imperio entre los siglos I y III. Explotaron las minas de Almadén, entonces conocidas como Hydragiros, en las que conseguían el cinabrio, mineral del que se extraía el mercurio esencial para la fundición de metales preciosos; Plinio el Viejo cuenta con detalle cómo se transportaba a Roma. Y recordaré que Hispania era conocida como el granero de Roma; allí iba nuestro trigo. Pero a lo largo de cuatro siglos, Roma también civilizó aquella península habitada por tribus atrasadas, cuando no salvajes, y nos trajo el derecho y la cultura griega. Y lo que es hoy España se lo debe esencialmente a Roma. Nunca le exigiremos que pida disculpas por los agravios de la conquista.

La España musulmana no fue el paraíso de convivencia pacífica que nos contó Américo Castro. Menéndez Pidal recuerda que hubo dos siglos de «martirio», otro de «postración y persecución», y desde el siglo XII de «sumisión y emigración» de los mozárabes. Pero también los invasores rescataron la filosofía griega, perdida en los siglos oscuros de la Edad Media, o hicieron posibles los vergeles del este y el sur de España con su dominio del arte de diseñar acequias para el riego.

Y no olvidemos la invasión francesa. El intento de Napoleón de sojuzgar a nuestro país se llevó por delante la vida de 250.000 españoles, además de saquear España y esquilmar su patrimonio artístico. Y a diferencia de las otras invasiones, la francesa no nos aportó nada, porque el ideario liberal que decía defender ya lo defendían nuestros liberales en Cádiz en plena invasión.

Si en estos tiempos un gobernante español se atreviera a exigir a los gobiernos de Roma, París o de los países árabes que pidieran disculpas por los «agravios de la conquista», los ecos de la carcajada nacional llegarían hasta las playas del Caribe.

Es fácil endosar a los tres siglos de «colonia» española la deteriorada situación económica y social de esos países. Porque muchos de sus dirigentes se niegan a asumir la responsabilidad de que, a pesar de estar dotados de una naturaleza generosa, tengan una renta per capita que en el mejor de los casos, Uruguay, apenas supera los 21.000 euros y en el peor, Honduras, los 3.000. Por no hablar de Cuba y Venezuela.

¿Quién tiene que pedir perdón?

Emilio Contreras es periodista

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