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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Con Chateaubriand huyo de Sánchez

Como literato, pensador y viajero, la visión del mundo, de los acontecimientos que vive, y el reflejo que de su vida ofrece Chateaubriand, es profunda, melancólica, a veces pesimista y a menudo irónica

Act. 09 dic. 2025 - 10:33

El artículo iba a ser otro, pero Sánchez, sus últimas mentiras y trampas, me han llevado, por cansancio, a huir de la política con Chateaubriand, al que he releído estos días. En su obra cumbre, Memorias de ultratumba, figuran algunas de las más elegantes y definitivas páginas de la literatura de su época. Atesoran un memorialismo minucioso y una visión histórica que no trata de ser imparcial, pero es atinada y profunda. No escribe Chateaubriand, unas memorias al uso en su tiempo, justificativas de conductas, difuminando errores y subrayando aciertos. Sus Memorias de ultratumba, que hasta 1830 pensaba titular Memorias de mi vida, y que se publicaron póstumamente en 1849, están más cerca de las Confesiones de Rousseau (aunque él rechaza el modelo), por su crisol de narración pública, histórica, y de revelación privada, que de las Memorias de la Corte de Luis XIV del duque de Saint-Simon, dos referentes del memorialismo en lengua francesa.

Chateaubriand

El Debate (asistido por IA)

Saint-Simon vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, Rousseau en el siglo XVIII, y Chateaubriand entre los siglos XVIII y XIX. Sus entornos vitales fueron diferentes; el primero y el último eran aristócratas y el segundo trabajó como grabador y aprendiz de relojero para desembocar en periodista. Los tres vivieron tiempos convulsos y sus memorias alcanzaron gran influencia. Las mejor escritas son las de Chateaubriand. Víctor Hugo escribió de niño en su diario: «Seré Chateaubriand o nada».

No le entendieron durante un tiempo en Europa. Para muchos intelectuales de derecha y de izquierda Chateaubriand era un reaccionario voluble que cargó las tintas sobre la Revolución Francesa, se apartó de Napoleón, criticó muchas de sus decisiones y se consideró siempre monárquico. En Francia cae la escuela histórica jacobina y radical, que pasaba sobre ascuas por la experiencia del Terror revolucionario de 1792-1794 que imponía una supuesta igualdad bajo la cuchilla de la guillotina. La imposición de un sistema en el que la disidencia se pagaba con la muerte. Memorias de ultratumba no sólo es una magnífica obra literaria, también una relevante anticipación, una oceánica e inteligente reflexión sobre los peligros de unas formas embrionarias de los totalitarismos rojos o negros que padecería el siglo XX.

Como literato, pensador y viajero, la visión del mundo, de los acontecimientos que vive, y el reflejo que de su vida ofrece Chateaubriand, es profunda, melancólica, a veces pesimista y a menudo irónica. Es relevante su experiencia americana, testigo de la Revolución de los Estados Unidos, donde trata a George Washington y se anticipa en más de un juicio a La democracia en América de Alexis de Tocqueville, publicada en 1834-1840. Algunas reflexiones de Chateaubriand y Tocqueville coinciden. Para Chateaubriand el Terror desnaturaliza y deshonra la Revolución Francesa y hace que desemboque en el despotismo napoleónico; para Tocqueville, testigo de primera fila, la violencia revolucionaria en el París de 1848 acabó en la recreación autoritaria que supuso el Segundo Imperio. Para ambos, aunque con matices en las perspectivas, el modelo para Europa debería ser la joven democracia norteamericana.

Chateaubriand comenzó a escribir sus Memorias de ultratumba en 1811 y se gestaron durante más de treinta años. En 1836, a cambio de una cantidad importante y de una renta vitalicia, cedió los derechos de edición con la condición de que se publicaran a su muerte; de ahí su título. Anota: «Prefiero hablar desde el fondo del ataúd; mi narración estará así acompañada de esas voces que tienen algo de sagrado, porque surgen del sepulcro». Entre tantos fragmentos de la obra que puedo considerar como mis favoritos, hay uno especial.

Narra el acto de acatamiento de Fouché, ennoblecido con el ducado de Otranto por Napoleón, al Rey Luis XVIII en Saint-Denis, después de la derrota napoleónica en Waterloo. Fouché fue incombustible ministro de Policía con el Directorio, el Imperio y los Cien Días, y lo sería en el inicio del reinado de Luis XVIII. Durante el Terror Robespierre le envió a Lyon y allí encabezó la represión de cristianos y burgueses asesinando a miles de personas. Fue uno de los que votaron a favor de la ejecución en la guillotina de Luis XVI. Creador de una red de espías, abortó o propició, según su conveniencia, todas las conspiraciones de la época. El otro protagonista del acatamiento a Luis XVIII que vivió y cuenta Chateaubriand es Talleyrand, príncipe de Benevento por gracia de Napoleón, sacerdote y pronto obispo de Autun, luego apóstata, muñidor del golpe del 18 de Brumario que dio el poder a Bonaparte, ministro de Asuntos Exteriores con el Consulado, el Imperio y Luis XVIII y jefe de Gobierno de Francia, con ganada fama de costumbres promiscuas y desordenadas.

Desde estos antecedentes saboreemos el texto de Chateubriand: «Me senté en un rincón y esperé. De repente se abre una puerta: entra silenciosamente el vicio apoyado en el brazo del crimen, monsieur de Talleyrand caminaba sostenido por monsieur Fouché: la visión infernal pasa lentamente por delante de mí, entra en el gabinete del rey y desaparece. Fouché acababa de jurar fidelidad y homenaje a su señor; el fiel regicida, de hinojos, puso las manos que hicieron rodar la cabeza de Luis XVI entre las manos del hermano del rey mártir; el obispo apóstata hizo de garante del juramento». Añadiré que Talleyrand era cojo; por eso anota Chateaubriand que caminaba sostenido por Fouché.

Volveré a Chateaubriand y a sus Memorias de ultratumba, aunque brilla igualmente en otras obras, como en las escasas pero magníficas páginas de Amor y vejez, un raro texto inédito hasta 1922. Al menos he huido de Sánchez y de la política.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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