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26 de abril de 2024

tribunaLuis Rodrigo De Castro

España se va de Erasmus

Cualquier universitario europeo tiene la oportunidad de vivir unos meses en un país diferente, de profundizar en el conocimiento de otras lenguas y de empaparse en primera persona de tradiciones culturales diversas

Actualizada 09:30

Este sábado se cumplía el trigésimo quinto aniversario del anuncio de la creación del programa Erasmus por parte de la Comisión Delors.
Aquel ya lejano 25 de junio de 1987, como responsable de la cartera europea de Educación, el español y convencidísimo europeísta Manuel Marín anunciaba que el Ejecutivo comunitario liderado por Jacques Delors había decidido crear «una política general de intercambios entre los jóvenes» que estaba llamada a convertirse en uno de los pilares básicos de esa historia de éxito compartido que llamamos Unión Europa.
Planteada originariamente unos años atrás por Sofía Corradi, conocida a su vez como «Mamma Erasmus», según el comisario Marín el objetivo de esta innovadora política era el de dar a las nuevas generaciones de europeos «la oportunidad de viajar y conocer otras realidades nacionales sobre el leitmotiv fundamental de Europa, su construcción, sus posibilidades y también, por qué no decirlo, sus propias contradicciones».
Hoy, treinta y cinco años después, el programa Erasmus es uno de los buques insignia de la Europa unida y más de nueve millones de universitarios europeos han podido disfrutar de la «experiencia Erasmus», una vivencia educativa y personal sumamente enriquecedora cuya huella indeleble acompaña a quien la experimenta durante toda su vida.
Cualquier universitario europeo, independientemente de su nivel de renta familiar –precisamente esta es una de sus claves– tiene, entre otras muchas ventajas, la oportunidad de vivir unos meses en un país diferente, de profundizar en el conocimiento de otras lenguas, de empaparse en primera persona de tradiciones culturales diversas, de continuar su formación como futuro profesional desde una mayor amplitud de miras o de incardinarse en otra universidad sin perderse en contradicciones burocráticas. En definitiva, de curarse de nacionalismo, como diría Unamuno.
No es casualidad que un comisario español impulsara este programa en 1987, pues como demuestran las cifras oficiales, año tras año, nuestro país tiene el inquebrantable honor de consolidarse como el destino favorito de los universitarios del Viejo Continente que deciden embarcarse en esta aventura sin parangón sabiéndose ciudadanos europeos.
España y sus universidades reciben más universitarios foráneos que ningún otro país en la Unión Europea, lo cual, sin lugar a dudas, redunda también en su creciente internacionalización y divulgación. Esa predilección por España entre los jóvenes de Europa tampoco es casual. Nuestra comunidad universitaria no solo no les dispensa esa hospitalidad que los españoles llevamos de manera innata en nuestro ADN, sino que les hace parte integrante de ella, sin distinciones de ningún tipo, contagiándoles esa joie de vivre española tan reconocida allende nuestras fronteras.
Si como Robert Schuman, uno de los padres de la unidad europea, se atrevió a aventurar en su famosa Declaración del 9 de mayo de 1950 afirmando que «Europa se haría gracias a realizaciones concretas que crearan ante todo una solidaridad de hecho», podemos estar seguros de que hoy este hombre de mente tan clarividente estaría muy orgulloso de cuanto el programa Erasmus ha conseguido.
Por último, como siempre repito a mis alumnos, durante demasiado tiempo España solo pudo aspirar a soñar con ser Europa, por eso, cuando por fin realmente lo fue, quiso serlo en su plenitud y devolverle a la Unión y a sus ciudadanos mucho más de lo que ha recibido de ella, que no ha sido ni es poco.
  • Luis Rodrigo de Castro es profesor colaborador doctor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo
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