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26 de abril de 2024

TribunaFederico Romero

La devaluación de la vida

Hay actos que escapan de nuestra esfera privada. Para los que somos creyentes, porque la vida humana «es cosa sagrada» protegida por Dios, y para los que Dios no existe, porque el aborto provocado, aunque desde luego no se penalice, no puede ser condenado a la mentira del silencio

Actualizada 10:22

Cuando me disponía a escribir estas líneas, no sabía si encabezarlas con este título o con el de «las opciones por la vida». Y es que, por mucho que tratemos de evitarlo, una vida que merezca la pena no nos libra de estar continuamente optando. Incluso respecto a «la cuestión de Dios», no tiene uno más remedio que optar ente la fe o la increencia, por mucho que hoy nos parezca que es un tema no vigente. En una serie de artículos de Ratzinger publicados con el título El Cristianismo en la crisis de Europa, en la introducción que lo precede, Marcello Pera nos dice que «al creyente que le proponga actuar veluti si Deus daretur (como si Dios existiera), el no creyente debe responder de manera afirmativa. Y no solo por las razones éticas encarnadas por el Cristianismo, sino por otras, más calculadoras y de carácter práctico, que Pascal resume así: «Si Dios existe, (hay sentido) y al morir descubro que no era cierto, no habré perdido nada y habré ganado el vivir con sentido esta vida (…) Al mismo tiempo, si la apuesta es al no, Dios no existe (no hay sentido) y al morir descubro que hay Dios, habré ganado el infinito, pero habré perdido la vida». Estas hipótesis están presentes en Camus (El mito de Sísifo), en Dostoievski (Los hermanos Karamazov) y, en cierto modo, en Sartre (El Ser y la Nada). Pero, como veremos enseguida, no es posible hablar hoy de las variadas formas de devaluación de la vida, que se dan en toda Europa, prescindiendo de la referencia a la fe en Dios y de la trascendencia. Ratzinger, en su obra Una mirada a Europa, nos advierte que «negada ésta (la trascendencia)… la glorificación apasionada de vivir… la afirmación de la vida a cualquier precio… la avidez por toda especie de satisfacciones… derivan a una profunda devaluación de la vida». «Esta no es respetada ya como algo sagrado. Cuando molesta se arroja al camino. Aborto, eutanasia, desesperación suicida»… «El ansia de vivir se torna de improviso en aversión a la vida y en anulación de las satisfacciones». «La abolición del hombre», que diría C.S. Lewis.
Este espacio solo da para escribir sobre el desgarrador tema del aborto, como muestra de la actual decadencia de la sociedad occidental. Ante su generalizada legalización, Ratzinger, en un primer paso de su obra antes citada (El Cristianismo en la crisis de Europa), se pregunta: «¿No habría que dar por zanjado ese problema y evitar así que vuelvan a abrirse unas contraposiciones ideológicas ya superadas? ¿Por qué no nos resignamos ante la evidencia de haber perdido la batalla y, en su lugar, dedicamos nuestras energías a otras iniciativas que puedan encontrar un consenso social más amplio?». Desde la perspectiva de un segundo paso, parece que la cuestión podría plantearse como una confrontación entre el derecho humano, y cierto, a la libertad indefinida y el incierto de quién se duda desde cuándo es persona con derechos (el nasciturus). En la soledad de un quirófano, consciente o inconscientemente, la mujer se puede plantear estos temas. Y aunque en esa soledad imperen el miedo y los sentimientos, aunque en esa soledad la cuestión de Dios no aparezca, aunque en esa soledad importe poco si el Estado «confiere» aquellos derechos o, como es lo adecuado, solo los «reconoce», la mujer de la camilla debe enfrentarse a la verdad de que en sus entrañas hay un ser que tiene rostro y un corazón que late. Comprendo que habrá situaciones dramáticas en que ponerle un espejo al fruto de una violación, u otras situaciones terribles de la vida, suponen aumentar un infinito sufrimiento y nos resistamos a ello. Pero hay actos que escapan de nuestra esfera privada. Para los que somos creyentes, porque la vida humana «es cosa sagrada» protegida por Dios (Génesis 9. 5-6) y para los que Dios no existe, porque el aborto provocado, aunque desde luego no se penalice, no puede ser condenado a la mentira del silencio.
Porque ese es el gran problema de la sociedad occidental. Velamos por el futuro del planeta, protegemos la vida de los animales y las plantas; y hasta del patrimonio cultural material o inmaterial de la humanidad. Pero devaluamos la vida humana, y asistimos impasibles a la preocupante disminución de la natalidad. Por supuesto que no se trata de penalizar los abortos, ni de ponerles ninguna forma de lacra social. Todo lo contrario. Individualmente, a quien no vea otra solución para su problema que abortar, debemos acompañarlos y arroparlos con el cariño y la comprensión. Pero ese comportamiento corresponde a la esfera privada. Una sociedad que se sustente sobre el encubrimiento y la mentira está condenando su futuro. Etsi Deus non daretur, aunque Dios no existiere, siempre estará vigente que «la verdad es la que nos hace libres». El gran problema de Europa es que se envuelva en el engañoso manto de la hipocresía. Optemos por la verdad y la vida.
  • Federico Romero fue secretario general del Ayuntamiento y profesor titular de Derecho Administrativo
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