Vuelta a los valores, vuelta al sentido común
Hay que sacarlos a la superficie, que nadie se azore por exponer sus valores en la educación, en la relación con sus semejantes, en una palabra: en la vida diaria. Hay que volver a la felicidad de realizar el trabajo, sea cual sea
Preguntaba, hace unas semanas, en una tribuna de este digital si no había nadie que pusiera un sentido racional a esta sociedad que se derrumba poco a poco. Un desmoronamiento controlado por mentes peligrosas. Continuando con mis preguntas decía ¿si no había una mente preclara para dirigir el barco? Y me contestaba que solo era necesario tener un juicio ponderado y un razonamiento sin ideología. Pero ahora quiero añadir que también es necesario poseer unos valores de los que esta sociedad está muy ayuna. Sin embargo, en los últimos tiempos estoy viendo algún atisbo de vuelta a esos valores, de un adarme de recuperación en la esperanza y en los principios. Me da la impresión que estaban enterrados y ahora, con la tormenta que nos azota, parece que brotan aisladamente. Es necesario hablar y actuar positivamente con el regreso a los valores, el sentido común, el juicio mesurado y la cordura en las decisiones. La ética debe dirigir nuestros objetivos y nada nos debe apartar del bien común y del criterio ajustado a normas de derecho. Lo más fácil es encontrar personas normales que no se dejen llevar nada más que por la conducta moral basada en valores y principios inmutables. Todo esto, debe servir para construir una sociedad diferente, basada en meritocracia, verdad, justicia, responsabilidad, tesón, trabajo y esfuerzo. Podríamos seguir con una larga lista que habita en la cabeza de los lectores, pero creo que con lo señalado se puede entender lo que quiero manifestar.
La vuelta a los valores, el regreso a los principios de la ética, al sentido común será suficiente para dar esperanza a una España que serpentea entre el bien y el mal, una España que se cimbrea con cada noticia. Debemos regresar a la senda del bien, pues hay muchas personas que no sólo lo desean, sino que lo ejercen. Son más los buenos que los malos, aunque los valores de aquellos estén en la profundidad de su corazón. Hay que sacarlos a la superficie, que nadie se azore por exponer sus valores en la educación, en la relación con sus semejantes, en una palabra: en la vida diaria. Hay que volver a la felicidad de realizar el trabajo, sea cual sea, con una sonrisa, con la felicidad de lo que hacemos bien, de lo realizado correctamente. El esfuerzo tiene siempre su premio, que no es nada más que la alegría que embarga a la persona que lo realiza. Tenemos que volver a la sonrisa en nuestras relaciones.
El mundo, la sociedad en la que vivimos tiene solución si todos trabajamos en la misma dirección y si la honradez es la base de nuestras decisiones. La esperanza está a la vuelta de la esquina, pero para ello tenemos que empezar con las cosas pequeñas de la vida diaria. Tenemos que enseñar a los niños, a nuestra juventud, la importancia de los pequeños detalles de la convivencia cotidiana. Ceder el asiento en el metro, dar las gracias a quien nos ayuda o nos ofrece algo, dedicar una sonrisa antes que un ceño fruncido a las personas con las que hablamos, ser honrado en nuestra labor, son actividades que nos dan la felicidad. Una de las actuaciones más agradables para quien la ejerce y para quien la recibe, es encontrar una persona agradable en un restaurante, en una oficina de la administración, en un comercio, por decir pequeños lugares en los que se valora la amabilidad. Son detalles imperceptibles que harán que la esperanza y la ilusión vuelva a nuestra vida. Estos mínimos fragmentos de vida habitual enriquecen a la sociedad. Todo ello nos lleva a recuperar la autoestima, el aprecio personal y poco a poco iremos cambiando esta comunidad. Es necesario actuar con confianza y determinación dentro de los cauces señalados a lo largo de estas líneas.
Esta actuación no solo hace feliz a quien recibe la sonrisa, sino, también, a quien la da. Detrás de una mirada agradable plena de complacencia por lo que dice o por lo que hace, se encierra un estado de bienestar, de felicidad interna que quiere transmitir a sus conciudadanos. La persona que tiene valores, denota un estilo diferente en el trato con los demás. Parece ser que quiere transmitir sus sentimientos y, de hecho, muchas veces lo consigue. Si miramos a la gente a los ojos, y tratamos de comprenderles, habremos ganado la batalla de la coincidencia, el momento mágico, fascinante, en el que dos personas se encuentran. Esto siempre se realiza entre ellas cuando concurren con una misma percepción, con una idéntica confluencia. Debemos tratar de que siempre sea así y poco a poco, iremos cambiando la sociedad.
Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de doctores de España