Cada día tiene su afán
El argumento no interesa, solo el afán de decir lo que nos interesa y lo que nos dará votos. El relato, siempre el relato. Eso es lo que importa. Es la manera moderna de controlar la opinión. Caminamos hacia un pensamiento único
Según avanza el mundo, vemos como cada día tiene su propio afán, su objetivo específico. Los políticos se afanan en cambiar la realidad de las cosas de acuerdo a su propio interés. No hay una coherencia en las actuaciones y en las decisiones que se toman. Éstas tienen que ver con el viento que sopla, con los vaivenes de lo que interesa que no son otra cosa que los votos. Por un voto, un cambio de parecer, un escorzo intelectual, un giro copernicano de nuestras decisiones. Si antes decíamos blanco, ahora es negro y no pasa nada. Todo se justifica o se puede justificar, aunque para las personas sensatas no sea así. Es el afán de cada día e incluso podíamos decir que el afán de cada momento. Se puede cambiar una idea en un mismo día y como la coherencia siga por estos derroteros podemos llegar al cambio de conceptos en una hora o en un minuto. Comenzar una frase con una opinión y acabarla con su contraria con la mejor sonrisa y con la mirada limpia y al frente, sin sonrojo ni vergüenza. Todo anda así y así marchamos los humanos no sabemos que pasará al día siguiente e incluso, lo que parecía bueno por la mañana, es malo por la tarde. No se cambian las normas en la mitad del partido; hemos llegado a cambiarlas en cada jugada. Por eso es muy difícil, por decir imposible, plantear una forma de vida, diseñar un proyecto, realizar una inversión. No sabemos a qué atenernos. Este es el afán de cada día en la vida de los políticos que se rigen por el sentido de lo que esperan obtener en las urnas. Y mientras tanto, los humanos estamos desconcertados, desilusionados, con desgana y desesperanza no solo en el porvenir, sino también en el futuro. Cada día que nos levantamos pensamos: ¿qué pasará hoy? No vemos luz al final de este túnel. En los últimos diez años ha cambiado tanto el mundo y nuestras sociedades que ya no sabemos a qué carta jugar.
La frase de que cada día tiene su afán se refiere en la Biblia a la importancia de vivir el presente y confiar en Dios para el futuro, pero aplicada a los políticos tiene un enfoque diferente. Ellos piensan que hay que especializarse en la consecución de objetivos, pervirtiendo el sentido original que debe tener la expresión. Confían en los votos y ese es el afán de cada día. Por todo eso, no existe una línea argumental por la que se puede entrever el derrotero que va a tomar un político. Depende de muchas cosas. El viento que le mueve siempre son los votos y por ellos son capaces de faltar a su coherencia moral, a la verdad. Mienten cuando hablan, cuando duermen y cuando piensan. No hacen bueno esos versos de nuestro gran Machado «¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Eso es lo que quiere el pueblo llano. Que la verdad reluzca, pero la verdad con mayúscula, no la que quieren que nos traguemos. Lo malo es que un gran porcentaje de paisanos, ayunos de cualquier atisbo de racionalización, se tragan el sapo de esa mentira dicha sin un mayor sonrojo ante las cámaras o ante los periodistas que, insistentemente, buscan saber la opinión real de los temas sin pensar en que el político solo tiene su afán: ganar votos aun a expensas de cargarse la verdad.
Con la perversión del lenguaje se busca justificar las decisiones que han tomado. Una mentira dicha muchas veces como afirmaba Goebbels, la convierte en verdad. Es una realidad demostrada científicamente. El cerebro tiende a aceptar algo que se le repite machaconamente, por eso si escuchamos a los ministros veremos como todos repiten la misma letanía que se extrae de la fábrica de la mentira. El pueblo a base de oír siempre lo mismo acaba por creérselo sin intentar enjuiciar y razonar lo que está oyendo. Ese es el afán de cada día. Repetir y repetir, aunque no sea verdad lo que se dice. Si les pillan robando o con la amiga de turno tienen que negarlo una y otra vez. No es lo que parece, exclaman sin mostrar un rictus de pudor. Siempre habrá algún iluso que se lo crea. Y si la cosa se viste de negro, siempre está la posibilidad de poner tierra por medio. Veremos hechos de este tipo en los tiempos próximos. Cuando el relato no funciona ante los jueces y ante el pueblo, lo mejor es irse por donde han venido. Se abandona el barco.
El argumento no interesa, solo el afán de decir lo que nos interesa y lo que nos dará votos. El relato, siempre el relato. Eso es lo que importa. Es la manera moderna de controlar la opinión. Caminamos hacia un pensamiento único.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España