En el centenario de Pablo Iglesias y Antonio Maura
Dos semanas después de ese incidente, el 22 de julio, un terrorista disparó a quemarropa contra Maura en la Estación de Barcelona, cuando se dirigía al puerto de esa ciudad para coger el vapor en dirección a su distrito de Palma de Mallorca, resultó herido de carácter reservado, pero salvó su vida
En el mes de diciembre de 1925, hace ahora cien años, cuando el Directorio Militar acababa de ser sustituido por un gobierno de civiles, presidido también por el general Primo de Rivera, y cuando todavía resonaban los ecos del entierro del fundador del PSOE y de la UGT, Pablo Iglesias Posse, fallecido el día 9, que había congregado a 150.000 personas en las calles de Madrid, el país se vio conmocionado con la inesperada muerte, al mediodía del domingo 13, de Antonio Maura y Montaner, nacido en Palma de Mallorca en 1853, que había militado en el Partido Liberal en su primera etapa para pasar después al Partido Conservador, del que fue jefe hasta 1913, momento en el que creó su propio partido, el Maurista. Maura, que había sido presidente del Consejo de Ministros en varias ocasiones, que luchó con energía e ideas para terminar con el caciquismo y fue el artífice del sufragio universal masculino obligatorio, estaba en posesión del Toisón de Oro, era director de la Real Academia Española y estaba considerado como el mejor orador de su tiempo. Su entierro, celebrado en Madrid al día siguiente, por expreso deseo suyo, se realizó sin honores oficiales y a él también acudieron miles de personas y detrás del gentío marcharon unos dos mil automóviles.
Pablo Iglesias, nacido en el Ferrol en 1859, fundó y dirigió el periódico El Socialista, fue concejal del Ayuntamiento de Madrid, y se convirtió en el primer socialista que ocupó un escaño de diputado en el Congreso. Esto sucedió en 1910 y en esa Cámara, en la sesión del 7 de julio de dicho año, recomendó el asesinato de Maura con estas palabras: «El Sr. Maura ha hecho posible la conjunción de las fuerzas socialistas con las republicanas, no con las fuerzas republicanas de la extrema izquierda, sino con las fuerzas republicanas gubernamentales, con todas. Y el compromiso adquirido por esta conjunción cuando el Sr. Maura seguía en el mando era derribarle del Poder, considerándole un peligro para los intereses del país, para la libertad, para todo lo que aquí debemos defender. Y no solamente derribarlo, sino trabajar para impedir que Su Señoría pueda volver a él. Y como entendíamos que podía no bastar con esto y además había otras razones, como garantía de que Su Señoría no vuelva al poder, ya que Su Señoría entiende que no se debe retirar de la política, viendo la simpatía, viendo la inclinación del régimen hacia Su Señoría, comprometernos para derribar ese régimen (Grandes murmullos y protestas de las mayorías y minorías monárquicas. Varios señores de la minoría tradicionalista pronuncian palabras que no se entienden). (…) Hagan las protestas que hagan, lo mantengo. Tal ha sido la indignación producida por la política del Gobierno presidido por el señor Maura en los elementos proletarios, que nosotros, de quienes se dice que no estimamos a nuestra nación, que no estimamos los intereses de nuestro país, amándolo de veras, sintiendo las desdichas de todos, hemos llegado al extremo de considerar que, antes que Su Señoría suba al poder, debemos llegar hasta el atentado personal».
Después de un tenso debate con el presidente del Congreso (conde de Romanones), Iglesias no retiró sus palabras y vino a decir que solo repetía en la Cámara lo que decía en las reuniones del Partido Socialista.
Dos semanas después de ese incidente, el 22 de julio, un terrorista disparó a quemarropa contra Maura en la Estación de Barcelona, cuando se dirigía al puerto de esa ciudad para coger el vapor en dirección a su distrito de Palma de Mallorca. Resultó herido de carácter reservado, pero salvó su vida. Peor suerte corrieron los dos líderes dinásticos que en esa sesión del 7 de julio protestaron desde sus escaños por las amenazas de Pablo Iglesias, pues, siendo estos presidentes del Consejo de Ministros, serían asesinados en sendos magnicidios terroristas. Primero cayó José Canalejas, en 1912, y, en 1921, fue abatido Eduardo Dato.
A lo largo de sus vidas, lo único que unió a Iglesias y a Maura fue la proximidad de las fechas de sus fallecimientos. No se pusieron de acuerdo ni ante el golpe de Estado de Primo de Rivera del 13 de septiembre de 1923. Entonces, mientras que Antonio Maura, junto a otros políticos como Romanones, García Prieto, Villanueva, Osorio y Gallardo, Bergamín, etc, etc, no ocultaron su desacuerdo con él y, lo que era peor, con el Rey, Pablo Iglesias, en medio de ese golpe de Estado, acudió a una asamblea de los socialistas en la casa del Pueblo de Madrid, que los periodistas describieron como «movidísima», en la que aconsejaron a la «clase trabajadora» que se abstuviera por completo de actuar a favor o en contra de los sublevados, al tiempo que reclamaban «serenidad, mucha serenidad» para no dejarse «arrastrar a movimientos o actuaciones, no autorizados por los dirigentes sindicales».
Es de justicia recordar que, en el momento de su muerte, el diario monárquico ABC dijo de Pablo Iglesias que «su ancianidad coronaba una vida austera consagrada a un ideal, habiendo merecido el mayor respeto personal de sus adversarios y de las gentes más opuestas a su pensamiento político». Por eso, ahora, cien años después, sería interesante poder conocer qué opinaría sobre los casos de corrupción y malas prácticas que salpican al sanchismo y al partido que él fundó.
- José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra