...Y los embajadores volvieron a Madrid
Churchill dijo en la Cámara de los Comunes: «Sostengo que, en España, bajo el general Franco, existe una libertad mucho mayor que en ninguno de los países de detrás del Telón de Acero», y calificó de «insensatez» la resolución de la ONU que «lejos de conducir a la caída de Franco, ha consolidado su posición en todos los aspectos»
Así como en los primeros años de la II Guerra Mundial los EE.UU. y la Gran Bretaña reconocieron a Franco que no hubiese entrado en la guerra junto a Hitler, pues esto podía haberles agravado su situación, a partir del desembarco aliado en el norte de África de noviembre 1942, cuando la guerra tomó un nuevo cariz, su actitud para con España fue otra, en gran parte influidos por las intrigas que en Washington y Londres realizaron los exiliados republicanos, con el socialista Indalecio Prieto a la cabeza, y el PNV de José Antonio Aguirre, que prácticamente estaba a sueldo del Departamento de Estado, del FBI y de la CIA, que comenzaban a sentir que con el triunfo de los aliados la caída de Franco y su regreso a España eran inminentes. Todo ello culminó en la condena contra el régimen español que los ‘tres grandes’ –EE.UU., Gran Bretaña y la URSS– hicieron en Potsdam el 2 de agosto de 1945 por ser «contrario al sistema político de los vencedores». Un año después, el 12 de diciembre de 1946, las recién creadas Naciones Unidas, condenaron al régimen español con una resolución por la que se «excluye a España de todas las organizaciones internacionales», se dice que «si dentro de un tiempo razonable no se forma el Gobierno elegido por el pueblo, el Consejo de Seguridad consideraría las medidas adecuadas a tomar...» y se recomienda a todos los Estados miembrosaa que retiren de manera inmediata los embajadores en Madrid. El primero en salir fue el de EE.UU., Mr. Armour, y en pocos días tan solo quedaron en España los representantes del Vaticano, Portugal, Argentina y Suiza.
Con ello comenzó el cerco a España, que se vio agravado por el cierre de las fronteras con Francia, la no participación en el Plan Marshall, etc. A lo que se unió que las cosechas de los años 1947, 1948 y 1949, debido a la falta de lluvia –«la pertinaz sequía» de la que hablaba Franco-, fueron muy malas. Pero la situación se alivió porque en esos días, duros y amargos, la Argentina de Juan Domingo Perón vendió a crédito y a interés muy bajo 400.000 toneladas de trigo y 120.000 de maíz, con lo que el pueblo español evitó una penuria económica que hubiera sido todavía mayor que la que sufrió después de la Guerra Civil, entre 1940 y 1942. Como escribió José María de Areilza, embajador entonces en Buenos Aires: «Mi única misión importante era lograr que Argentina nos mandara ininterrumpidamente cereales, grasas y cueros. Iba en ello nuestra existencia nacional. Un retraso o interrupción del navío significaba el hambre de una capital o región y un nuevo rigor en el racionamiento».
Pero, sin saberlo, con la condena de la ONU, sus enemigos contribuyeron definitivamente a afianzar el régimen de Franco, pues el pueblo español rechazó con grandes manifestaciones populares esa resolución y respaldó masivamente al Gobierno, al entender que esa era la forma de apoyarse a sí mismo. Así lo confirmó The Sunday Times en abril de 1947 cuando dice sobre Franco que «la impresión que produce es la de un gobernante que se siente seguro y fuerte, sin necesidad de hacer concesiones a sus críticos» y añade: «Indudablemente, le han ayudado los pueriles intentos de una mayoría de las Naciones Unidas por derribarle con gestos de oprobio y con sanciones que, de rechazo, se vuelven contra los que las proponen».
En diciembre de 1948, Churchill dijo en la Cámara de los Comunes: «Sostengo que, en España, bajo el general Franco, existe una libertad mucho mayor que en ninguno de los países de detrás del Telón de Acero», y calificó de «insensatez» la resolución de la ONU que «lejos de conducir a la caída de Franco, ha consolidado su posición en todos los aspectos».
Los tiempos fueron cambiando y poco a poco, desoyendo la recomendación de la ONU, Líbano, Nicaragua, Haití e Islandia, nombraron embajadores en Madrid y otros países imitaron su ejemplo. Por eso, en 1950, el secretario de Estado norteamericano, Dean Acheson, declaró que en España «no hay indicio de otra alternativa al gobierno presente», el Congreso norteamericano concedió unos préstamos exteriores al régimen franquista y, el 4 de noviembre, ahora se cumplen 75 años, la ONU derogó su condena de 1946. A partir de ese momento, los embajadores volvieron a Madrid, el primero el de EE.UU., Staton Griffis, y pronto eran ya 58. Además, España entró de pleno derecho en la ONU, en la Unesco, en la OMS, en la OCDE y en otras agencias europeas. Y, en 1953, firmó el Concordato con la Santa Sede y los acuerdos sobre cooperación militar y económica con los EE.UU., momento en el que Franco declaró solemnemente: «esta es la hora de la plenitud de nuestra política exterior».
Después de la Resolución de la ONU de 1950 Franco siguió gobernando en España durante 25 años más, hasta que en noviembre de 1975 murió en la cama. Por el contrario, desde que se levantó esa condena de la ONU, el desánimo y la crisis cundió entre los republicanos y nacionalistas españoles, por los sucesivos varapalos recibidos en el interior y en el exilio, y personajes como Prieto, Aguirre y muchos más morirían en el exilio sin ver caer a su enemigo de El Pardo y sin tener esperanzas de que eso pudiera llegar a suceder.
José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra