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TribunaGonzalo Ortiz

Albares, cómplice

Con las puertas abiertas de par en par a la llegada masiva de inmigrantes (en 2024 superaron el medio millón) se amplía también el censo. En la matrícula de los españoles en nuestros consulados en Europa, hay cada vez más marroquíes nacionalizados españoles

José Manuel Albares posaba hace varias semanas en una foto con varios condecorados con la Encomienda de Isabel La Católica. Razón aparente: «el éxito de la negociación sobre Gibraltar». La paradoja es que no se conoce el texto del acuerdo, ni claro, si se trata de un gran éxito o un sonoro fracaso. La salida del Reino Unido de la Unión Europea deparaba a España una gran oportunidad para mejorar sus posiciones relativas, pero me temo, que no sólo no se ha mantenido el statu quo, sino que Inglaterra ha conseguido casi todo. Y ni una palabra de la devolución de la soberanía concedida en Utrecht en 1714. De ahí el escándalo que supone condecorar a unos subordinados para condecorarse a sí mismo.

Y han salido los resultados de la oposición de este año a la carrera diplomática, en las que, una vez más, la llamada discriminación positiva, ha tenido como efecto favorecer a las mujeres opositoras que han obtenido más de la mitad de las plazas. Se supone que todos los españoles «somos iguales ante la ley» y lo que prevalece es «el mérito y la capacidad», pero el tribunal acepta disciplinadamente las instrucciones que vienen de arriba.

El ministerio de Albares, según sus propias declaraciones, tiene como objetivo número uno, hacer oficial el catalán en la Unión Europea (y secundariamente el vasco y el gallego). Vano intento porque la UE (que ya tiene muchos idiomas oficiales) no se puede abrir a más lenguas. Pensemos que se admitieran el ruso, el sami/esquimal, el occitano, el castúo, el bable, el gaélico, el silbo gomero, etc. Es un puro y carísimo disparate. Pero Albares se hace cómplice de la política de Sánchez contra la unidad de España, base de la historia como nación.

Otro aspecto que revela la mendacidad de Albares es su empeño en que España figure lo más alto posible en el hit parade de desaparecidos en las fosas comunes. Según el ministro, España estaría segunda detrás de Camboya y sus khemeres rojos en la lista de países con más fallecidos por identificar en las cunetas. Todo sin la menor prueba y sin que la llamada ley de memoria democrática haya conseguido identificar fosas de ninguna clase. Presumir de ello sería como jactarse de que en España estamos en primera línea de suicidios o de consumo de drogas.

¿Qué decir de la carta de Sánchez en la que reconoce la soberanía de Marruecos sobre el Sahara occidental? Pues que supone una rectificación total de nuestra política de los últimos 50 años, y que está en contra de las decisiones de las Naciones Unidas. Albares se pliega a los deseos del amo (la denominación es de Oscar Puente) sin conseguir ninguna ventaja a cambio, y sí la enemistad decidida de Argelia. A día de hoy la aduana de Melilla ha vuelto a ser cerrada y la llegada de inmigrantes ilegales desde Marruecos (con Menas incluidos) parece imparable.

Y en la aproximación de España con China ha tenido mucho que ver la novia de Albares, antigua directiva de Huawei y hoy alto cargo de Hispasat. Huawei parece haber conseguido el seguimiento de todo lo que hay de secreto y reservado de nuestra vida pública y judicial. Ello no produce sólo la desconfianza de nuestros socios y aliados, (especialmente de los Estados Unidos) sino que pone en manos de una entidad controlada por el gobierno chino el espionaje y las escuchas policiales. El presidente catalán Illa, en el viaje reciente a la República Popular, no se privó de hacer una visita a la sede de Huawei, en Shanghai.

El actual gobierno de coalición está practicando una política muy agresiva tendente a ampliar el censo electoral. Nacionalizando hispanoamericanos, con la ley de memoria democrática, compra votos de gentes de casi nula relación con España (y que seguirán viviendo en sus respectivos países). Con las puertas abiertas de par en par a la llegada masiva de inmigrantes (en 2024 superaron el medio millón) se amplía también el censo. En la matrícula de los españoles en nuestros consulados en Europa, hay cada vez más marroquíes nacionalizados españoles, y lo mismo ocurre con peruanos, colombianos, etc. en los consulados en América. Albares coopera con esta política en la que obtener el pasaporte español resulta muy barato (de las nacionalizaciones resultan también pensiones no contributivas y otras ventajas).

En los dos conflictos abiertos más importantes, España se ha alineado con Ucrania, pero aumentó sus compras de gas ruso, y con Gaza/Palestina, con la política de reconocimiento de los dos Estados. Pero sigue comprando material sensible en Israel, y en el tema ucraniano, tras comprometerse en la cumbre de la OTAN con el incremento de los gastos en defensa del 5 por ciento, sigue negándose a gastar más del 2.1 por ciento (supuestamente calculado por el Ministerio de Defensa).

Nuestra política hispanoamericana está cada vez más alineada con el Grupo de Puebla. En la reciente cumbre en Chile, «por la democracia», Sánchez se reunió con lo más granado de los políticos izquierdistas del continente. Y perpetró la traición democrática en Venezuela, tras las elecciones del pasado 28 de julio del 2024, permitiendo la violación de la extraterritorialidad en Caracas de la Embajada de España, para facilitar las cosas a Maduro con la salida del presidente electo González Urrutia.

La política exterior que dirige José Manuel Albares es contraria a los intereses de España como nación. Tiene mucho de «cancelación» de todo lo anterior. No defiende ni la democracia ni la libertad en América, y resulta cada vez más insignificante a nivel global y en el escenario europeo. También se ha visto obligado a aceptar protagonismos en el exterior de personajes tan detestables como Puigdemont, Cerdán o el mediador salvadoreño (¿felizmente desaparecido?).

Gonzalo Ortiz es embajador de España

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